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Presente lo tengo yo

San Panchito

Armando FUENTES AGUIRRE

San Panchito
Octubre 04, 2021 23:25 hrs.
Periodismo ›
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Si el Saltillo de ahora fuera el Saltillo de antes, hoy amaneceríamos con uno de esos fríos capaces de helar al mismo hielo; soplaría el cierzo y la ciudad se cubriría de neblina.

El cordonazo de San Francisco... Así se llamaba esa onda gélida, súbita, que no dejaba nunca de llegar. Había brillado el sol los otros días, y se sentía quizá ese grato calorcillo con que el verano se despide y nos saluda el recién llegado otoño. Pero ese repentino cambio en la temperatura era infalible, seguro, cierto, ineluctable. Primero faltaba la muerte o el recaudador de los impuestos que el cordonazo de San Francisco.

Se ponían entonces los señores aquellos pesadísimo abrigos que casi les llegaban a los pies. El sombrero era prenda obligada: podía un caballero salía a la calle sin pantalones, pero sin sombrero no, porque quien tal hacía era calificado de jayán. Los guantes no se usaban; constituían refinamiento extraño. El señor licenciado Sánchez de la Fuente, quien fue rector de la Universidad, usaba guantes, y por eso llamaba mucho la atención. Una vez dictó una conferencia sobre el pesado libro llamado ’El ser y el tiempo’, del filósofo alemán Martin Heidegger. Cuando acabó su disertación se dirigió al público: ¿había alguna pregunta?

-¿Por qué usa guantes? -lo interrogó una alumna.

No se usaban los guantes, en efecto, pero sí bufanda, hecha por la señora de la casa o regalo de alguna prima o cuñada solterona. Todavía alcancé a ver -bendito sea Dios- a algunos señores con polainas, protección que se ponía en la caña de las piernas, sobre los zapatos, para que no se enfriaran los pies ni otras partes superiores. Un mi maestro, inolvidable, el señor licenciado Antonio Guerra y Castellanos, usaba esas polainas, con lo que adquiría un aire de distinción muy especial.

Las señoras deben haber sufrido mucho con el frío. En aquel tiempo no se acostumbraba -¡no, qué barbaridad!- que las mujeres usaran pantalones. Mi mamá, de soltera, se puso una vez pantalón -de uno de sus hermanos- para ir a un día de campo, y eso causó un escándalo que casi llegó a la Liga de las Naciones, cuya sede se hallaba entonces en Ginebra, Suiza. No tenían, pues, más defensa las señoras contra el frío que los bloomers, calzones femeninos que cubrían hasta las rodillas. Matapasiones eran aquellos puritanos bloomers, pues no tenían encajes ni moñitos -eran no nonsense, sin tonterías, como dicen los norteamericanos para aludir a algo que no lleva sino aquello que estrictamente le hace falta- pero en cambio eran muy prácticos, muy calentitos.

El cordonazo de San Francisco acompañaba siempre a la celebración del Poverello. De santa pobreza ha sido siempre su templo, lo mismo que los buenos padres que lo cuidan. En cierta ocasión pidieron para ponerle nuevo piso a la iglesia. Mi abuela mamá Lata, gran devota de San Panchito, le pidió 3 pesos a su hijo Raúl, costo de un metro de ese piso. Semanas después mi tío le solicitó a mamá Lata:

-Dígame cuál es mi metro, mamá, para reclamarlo, pues cuando voy a San Francisco siempre está lleno y no encuentro lugar donde ponerme.

Hoy que es 4 de octubre pongo en estos renglones el nombre del santo de Asís, mi preferido entre todos los que forman la corte celestial, amable santo que amó a la pobreza y a los pobres.

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