Piel extendida

Hay gente cuyo cuerpo termina abruptamente en su propia piel. Hay, en cambio, quien posee una piel que abarca toda la humanidad. Mientras mayor sea la extensión crece el riesgo de sufrir dolor así como también aumenta exponencialmente la probabilidad de sentir placer. Por suerte, decidir el rango del recorrido de la distancia existente entre dos seres es un acto volitivo que involucra a ambas partes. Pero luego no hay vuelta atrás, la implicación permanece.

¿Dónde quieres que te ponga un beso?

No puedes aislarte del roce de mis dedos. A tientas te busco, me deslizo sobre tu piel, te recorro lamiendo cada pliegue, mi saliva te penetra por cada poro. No eres impermeable. Mis palmas y plantas te abrasan. Aunque me des la espalda no puedes escapar de mi mirada ni vestir tu desnudez o permanecer por mucho tiempo en el punto ciego de mi ojo. Estás.

Tu piel te trasciende. Es el órgano más grande y sensible del ser humano. Puedo hallarte vestido de otoño en Kiel o sobreviviendo en Faridpur. Puedes ser jotarao en el delta del Orinoco mientras tu lengua, causal sonora de tantos idiomas, espera enredarse en la mía. No puedes evitarlo. No me importa si hablas urimal o wayuunaiki, castellano o inglés. Estás.

Deja que mis labios se posen en tus párpados. Permite que nuestros pezones se encuentren en la intimidad del tacto fino. Tu dermis profunda me sentirá en temperatura y presión, aproximándome, conociéndote, deseándote. Tus miedos me espantan. Tus aciertos levantan mi pecho con un suspiro. La ilusión epitelial no impide nuestra endósmosis. Estás.
¿Hasta dónde quieres que llegue mi caricia?