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Los relámpagos de agosto: sátira del siglo XX mexicano

Norma L. Vázquez Alanís

Los relámpagos de agosto: sátira del siglo XX mexicano
Septiembre 24, 2014 22:52 hrs.
Política ›
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Las peripecias -durante el periodo posterior al movimiento armado de 1910- de un militar caído en desgracia, dan vida a ‘Los relámpagos de agosto’, la primera novela del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia y ganadora hace medio siglo del Premio Casa de las Américas 1964.

Con humor e ironía, el autor logró fusionar la novela histórica y la comedia para poner en evidencia los manejos turbios de los políticos para acceder al poder y cómo se ingeniaban aquellos generales revolucionarios para atacar las posiciones rivales sin los implementos necesarios para hacer la guerra.

Con una narrativa llena de destreza y sencillez, Ibargüengoitia presenta las memorias de un ficticio general revolucionario, José Guadalupe Arroyo, sobre hechos que tuvieron lugar en 1928 y 1929, tiempo en el que había en México un número exagerado de militares; entonces, la clase política estaba constituida básicamente por hombres armados, entre quienes las animadversiones, las traiciones y hasta los festejos adelantados de los triunfos aún no conseguidos, eran cosa de todos los días.

En ‘Los relámpagos de agosto’ (Editorial Planeta, septiembre 2011 bajo el sello Booket, 132 páginas, Edición original en Serie del volador: 1964) el autor hace una parodia de las biografías y autobiografías de los militares de la Revolución Mexicana ridiculizando el estilo de hablar de éstos ya transformados en políticos, pues ninguno de ellos abría la boca sin que pareciera que estaba a punto de pronunciar un discurso ante una gran audiencia.

Ibargüengoitia supo advertir los rasgos más característicos del animal político mexicano como la incondicionalidad, la codicia, la exhibición de poder, el oportunismo, la carencia de proyectos e ideología y la falta de pensamiento político-racional, lo cual dio como resultado una disputa sangrienta por obtener los puestos más lucrativos, que casi siempre acababa en traiciones.

‘Los relámpagos de agosto’ toma como punto de partida el asesinato de Álvaro Obregón, quien se preparaba para ocupar la silla presidencial por segunda ocasión; así, el general Arroyo inicia sus remembranzas describiendo cómo fue nombrado secretario par­ticular por su colega Marcos González (supuestamente Obregón), pero cuando el protagonista viaja a la ciudad de México para atender el llamado de su amigo, se entera por los titulares de los periódicos que el presidente electo ha muerto, aparentemente de apoplejía.

Ahí comienzan sus desventuras, porque Vidal Sán­chez (algunos historiadores lo identifican con Plutarco Elías Calles), entonces presidente en funciones, designa como gobernante interino a Pérez H. (al parecer Emilio Portes Gil), viejo enemigo de Arroyo (quien podría ser Juan Gualberto Amaya).

En esta obra Ibargüengoitia no solamente se propone desacralizar la historia oficial, sino que también plantea una perspectiva menos solemne de la realidad mexicana, para exponer el ambiente superficial y fútil en el que se desarrollaron los años posteriores a la Revolución, caracterizados por una lucha despiadada entre facciones, que desencadenó odios encarnizados entre unos y otros.

Este autor guanajuatense, muerto en un accidente aéreo a los 55 años, fue un “desmitificador de tiempo completo”, en opinión del escritor y periodista Juan Villoro; por ello buscó los vínculos entre la alcoba y el poder, los vapores de la cocina y el Palacio Nacional, para describir los rasgos de una po­lítica nacional que no ha cambiado mucho en más de un siglo.

La novela ganadora del Premio Casa de las Américas debe su titulo, según el propio Ibargüengoitia, a que los revolucionarios andaban como perdidos o confundidos, igual que los ‘relámpagos de agosto’ del Bajío, donde aparecen en distintos puntos cardinales en diferentes meses del año.

Si bien ‘Los relámpagos de agosto’ no resultó una obra de vanguardia en la dimensión de las creaciones literarias de su época, tampoco fue escrita con el interés de revolucionar la estructura, el manejo del tiempo, ni mucho menos el lenguaje de la nove­lística hispanoamericana. Debe recordarse que ya hacia 1964, esa narrativa vivía un proceso de experimentación con la publicación de ‘Rayuela’ de Ju­lio Cortázar y ‘La ciudad y los perros’ de Mario Vargas Llosa.

Ibargüengoitia utiliza una estructura llana y su relato es cronológico; no hay rupturas de tiempo ni intercambio de voces; las acciones se desencadenan con inmediatez y linealidad como en un ‘thriller’ cinemato­gráfico, es decir, con una progresión de secuencias sin mayores complejidades.

En ‘Los relámpagos de agosto’ la pluma del autor se caracteriza por la simpleza del lenguaje y un ritmo sostenido; dentro del texto hay una que otra retrospectiva; no cae en el exceso descriptivo; la acción domina y por ello el estilo se subordina a lo contado y, a su vez, lo na­rrado se supedita a los personajes y el contenido.

Esta novela es el producto de un trabajo de diseño literario y de una convicción artística en la cual, sin proponerse la inscripción dentro de algún género determinado, se antoja como un manifiesto personal sobre un epi­so­­dio tan trascendente, que ha caracterizado la vida política mexicana del siglo XX.

Ibargüengoitia renunció en esta obra a las pretensiones de la vanguardia, para recurrir a la crítica social, de manera que lo literario como pasatiempo y como de­nuncia de una condición humana se funden en ‘Los relámpagos de Agosto’ para mostrar al lector que la poética del escritor tie­ne dos más­caras: el esparcimiento y la denuncia.

En resumen, Ibargüengoitia hizo sá­tira sobre el pasado mediante la ficción, la ironía y la difusión de su propio punto de vista, impregnado con su humor inteligente que surgía de un sarcasmo fino y salvaje, su forma de arrinconar a sus personajes y con ellos a sus lectores.

Post Scriptum

Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato 1928-Madrid 1983) estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y después de graduarse se incorporó al plantel docente; fue un literato con alto sentido crítico y su obra abarca novelas, cuentos, obras de teatro, artículos periodísticos y relatos infantiles. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores, de las fundaciones Rockefeller, Fairfield y Guggenheim. Obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1964 por su novela ‘Los relámpagos de agosto’, que se publicó en 1965, y el Premio Internacional de Novela México en 1974 por ‘Estas ruinas que ves’. Sus novelas ‘Las muertas’ (1977), ‘Dos crímenes’ (1979) y ‘Los pasos de López’ (1982) conforman la novelística del “Plan de Abajo”, porque se desarrollan en una región ficticia muy parecida a Guanajuato.

El escritor decidió vivir en París, Francia, con su esposa, la pintora inglesa Joy Laville, quien ilustró las portadas de todos los libros que publicó en Joaquín Mortiz. En la capital francesa se dedicó a trabajar intensamente en la que sería su séptima novela, situada en la época de Maximiliano y Carlota. Por eso, cuando le llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, Colombia, se mostró renuente a asistir, pero de última hora decidió hacerlo y abordó el fatídico avión que se estrellaría en Madrid el 28 de noviembre de 1983.

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