Ileana Ruiz | diarioalmomento.com

El pueblo pumé arde al anochecer


Con cantos ceremoniales invoca a sus deidades en busca de protección contra las enfermedades físicas y sociales

El pueblo pumé arde al anochecer
Septiembre 15, 2014 08:52 hrs.
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Ileana Ruiz › diarioalmomento.com

(Grabado: Xulio Formoso: pueblo pumé

El pueblo pumé –también llamado yaruro por los no indígenas- habita en Venezuela el centro-sur apureño, tierras bañadas por las aguas de los ríos Cunaviche, Arauca, Capanaparo, Riecito y Sinaruco. Con cantos ceremoniales invoca a sus deidades en busca de protección contra las enfermedades físicas y sociales que la cultura criolla ha impuesto.

Es un pueblo que ha sido víctima de las violencias: delictual, ambiental, social. La educación colonizante ha cercenado el idioma propio de sus lenguas, restringido las manifestaciones de su espiritualidad, convertido sus bienes artesanales en objetos de consumo, cubierto de plástico sus aguas y sabanas, cambiado su dieta, modificado su calendario, convertido en un concentrado homogéneo su cultura y la nive (criolla).

Pero el pueblo pumé resiste. Kumañí, su hermosísima reina todavía le susurra al oído sus secretos, le orienta en las decisiones difíciles al bailar el tönhé y les cura los malestares. En la actualidad tienen una población cercana a los 6000 individuos que habitan en las riberas de los ríos aunque muchos han tenido que desplazarse y mestizarse para sobrevivir.

Originariamente se dedicaban a la pesca, caza y recolección de alimentos conservando aún la tradición gastronómica de una gran variedad de guisados de chigüire, babo, caribe, guabina y coporo. Sus sombreros de bora y las vasijas de barro cocido a fuego siguen distinguiéndolos.

En las comunidades pumé, las mujeres se resisten a hablar el castellano no siendo por limitaciones lingüísticas sino por retraimiento cultural. Es un idioma complicado al tener muchas consonantes nasales que comprometen la fonología de las vocales que le siguen. Así, tiene una “e” y una “o” cerrada y otras abiertas que se trafican como ∈ y ∞ respectivamente; a “h” se pronuncia con “j”; los verbos tienen género y, según los testimonios de las personas bilingües, es mucho más fácil traducir del pumé al castellano que al revés.
Tönhé
El tönhé es una ceremonia religiosa mediante la cual el pueblo pumé se comunica con sus dioses, especialmente con su reina, Kumañí.

Consiste en una danza en la que participa toda la comunidad. Se coloca un poste muy alto cuyo extremo superior se conecta con los tiotï, espíritus, por una cadena de plata llamada cërë kai. Los participantes danzan alrededor del poste al ritmo de una maraca denominada gore uri la cual es agitada por el chamán. Esta maraca tiene en su interior unas piedrecitas sagradas que aparecieron milagrosamente y fueron encontradas por el chamán en su camino de sanación.

Para ser chamán se ha de ser un hombre que se haya recuperado de una larga y dolorosa enfermedad. Según la cosmogonía pumé, cuando se adolece de alguna enfermedad, el espíritu abandona el cuerpo y el chamán como ya sabe el camino que toma el espíritu por haber estado allí, es quien puede ir en su busca y traerlo de regreso al cuerpo.

La danza del tönhé dura toda la noche y, al amanecer, la comunidad juega al botuto. Este juego consiste en lanzar al aire, verticalmente, una bola hecha con fibra de hojas de maíz que se prolongan como un mechón; es por este filamento que se toma la bola y se lanza. Se forman dos equipos que se agrupan en círculo. Cada equipo tratará de atajar la bola antes que caiga al suelo.

El fuego del pueblo pumé
Los nives, tenían un tesoro: un espíritu inquieto al que llamaban fuego. El fuego era bueno para alumbrar, para calentar, para cocinar. Pero tenía mal carácter. Si se le descuidaba, el fuego se escapaba e incendiaba toda la sabana destruyendo todo lo que hallaba a su paso.

Kumañí les dijo a los pumé cómo hacerse con el fuego nive.

Fueron al río y trajeron muchos peces. Esperaron que atardeciera y cuando los nive liberaron al fuego, lanzaron los peces a la hoguera. Éstos, al sentir el intenso calor, saltaron llevando entre sus escamas pequeños trozos de fuego. Los pumé tomaron esos peces encendidos y cada quien lo llevó a su casa; allí lo dejaron reposar sobre una cama de chamizas y regresaron al río en busca de más peces.

Al volver, un gran y hermoso fuego iluminaba su hogar.

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