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Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos


Nuestras riquezas no son nunca sólo para nosotros

Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos
Agosto 17, 2020 18:51 hrs.
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La Palabra de Dios

Martes 18 agosto, 2020

Primera lectura
Ez 28, 1-10
En aquellos días, el Señor me habló y me dijo: ’Hijo de hombre, dile al príncipe de Tiro: ‘El Señor Dios dice esto:

Tu corazón se ha ensoberbecido y has dicho:
Soy Dios, estoy sentado en el trono de Dios,
en medio de los mares;
pero eres hombre y no Dios,
y te crees tan sabio como Dios;
pretendes ser más inteligente que Daniel
y conocer todos los secretos;
con tu sabiduría y habilidad te has hecho rico,
has amontonado oro y plata en tus tesoros;
con astucia de comerciante has aumentado tus riquezas
y te has ensoberbecido por tu fortuna’ ’.

Por eso dice el Señor:
’Porque te has creído tan sabio como Dios,
por eso mandaré contra ti
a los más feroces de los pueblos extranjeros,
que desenvainarán su espada contra tu esplendor y tu sabiduría
y acabarán con tu grandeza.
Ellos te matarán
y el mar será tu sepultura.

¿Ante la mano misma de tus verdugos
te atreverás a afirmar todavía que eres Dios,
cuando no eres más que un hombre?
Morirás como un pagano a manos de extranjeros,
porque así lo digo yo, el Señor Dios’’.
Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Deuteronomio 32, 26-27ab. 27cd-28. 30. 35cd-36ab
R. (39c) El Señor da la muerte y la vida.
El Señor pensó: ’Voy a dispersarlos
y a borrar su memoria entre los hombres’.
Pero no; que temo la presunción del enemigo
y la mala interpretación del adversario. R.
R. El Señor da la muerte y la vida.
Pues diría al enemigo que su mano había vencido
y que no era el Señor el que lo había hecho,
porque son una nación que ha perdido el juicio. R.
R. El Señor da la muerte y la vida.
¿Cómo puede uno persiguir a mil
y dos poner en fuga a diez mil?
¿No es porque su Dios los ha vendido,
porque el Señor los ha entregado? R.
R. El Señor da la muerte y la vida.
El día de su destrucción se acerca,
y su suerte se apresura,
porque el Señor defenderá a su pueblo
y tendrá compasión de sus siervos. R.
R. El Señor da la muerte y la vida.

Aclamación antes del Evangelio
Cfr 2 Cor 8, 9
R. Aleluya, aleluya.
Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre,
para enriquecernos con su pobreza.
R. Aleluya.

Evangelio
Mt 19, 23-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ’Yo les aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos. Se lo repito: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos’.

Al oír esto, los discípulos se quedaron asombrados y exclamaron: ’Entonces ¿quién podrá salvarse?’ Pero Jesús, mirándolos fijamente, les respondió: ’Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible’.

Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo a Jesús: ’Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?’ Jesús les dijo: ’Yo les aseguro que en la vida nueva, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, los que me han seguido, se sentarán también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

Y todo aquel que por mí haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o esposa o hijos, o propiedades, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Y muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros’’.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Nuestros triunfos no son nunca del todo nuestros
Estas palabras del profeta Ezequiel son un oráculo contra el rey de Tiro. Esta ciudad era una potencia comercial en el siglo VI a. C., y se le había subido a la cabeza. Se trata de un oráculo de acusación y condena por su orgulloso engreimiento. Ciudad y rey presumían de sabiduría e inteligencia, olvidando su debida subordinación al supremo sabio y rey del universo. En consecuencia, ciudad y rey sufrirán un severo castigo: la invasión de la ciudad y la bajada a la fosa de sus ciudadanos, empezando por el rey.

¿Significa eso que nunca podrá nadie felicitarse por sus logros, ni siquiera por los que son legítimos? ¿No será más bien digno de elogio aquel que alcanza metas retadoras en el itinerario de su vida? Reconocer los propios triunfos es incluso un factor de estímulo para seguir consiguiéndolos, para superarse continuamente. Y eso no parece reprobable.

Dos observaciones a este propósito. Una: vivimos en una sociedad competitiva, en la que muchos sectores y personas crecen a costa de otros, buscando el rendimiento y el enriquecimiento a cualquier precio; evidentemente, esto no es compatible con la dignidad de todos. Otra observación, netamente cristiana: la capacidad para superar los obstáculos de la vida tanto individual como colectivamente la recibimos de Dios. No nos hemos hecho a nosotros mismos, aunque parezca a veces que nadie nos ha ayudado a conseguir los objetivos que nos habíamos propuesto.

Dos enseñanzas que podemos aprender: tenemos que dar gracias a Dios por nuestras cualidades, por las circunstancias favorables que hemos encontrado, por las personas que nos han prestado su colaboración; y tenemos que emplear nuestros recursos y conquistas de tal manera que no perjudiquemos a sabiendas a nadie, sino que podamos beneficiar al bien común y contribuir a la superación de las injusticias.

Nuestras riquezas no son nunca sólo para nosotros
Jesús puso en guardia muchas veces a sus discípulos contra las riquezas de este mundo. En su tiempo y en el nuestro, son una verdadera peste contagiosa y persistente. La comparación que utiliza para advertir de eso es muy hiperbólica, muy oriental. En realidad, no son las riquezas en sí lo que perjudica, sino el apego a ellas. La razón es que llevan consigo el prestigio y el poder, dos metas muy ambicionadas por todos nosotros.

También aquí podemos preguntarnos: ¿Acaso no es lícito procurar la productividad, la generación de riqueza? ¿Vamos a contentarnos con una economía de subsistencia? ¿Va a remediar eso las necesidades de tantas gentes hambrientas?

Precisamente el problema está en que las riquezas no las encauzamos a remediar la carestía de tanta gente. Más bien se acumulan en manos de algunos y no sirven al bienestar general. Desprenderse de las riquezas significa dos cosas: que somos capaces y elegimos vivir con sobriedad, porque ’no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita’; y que estamos dispuestos a compartir con los demás lo poco o mucho que tenemos.

Pero para adoptar esas actitudes hemos de abrirnos al don de Dios, dejarnos influir por el estilo de Dios que Jesús nos ha descubierto. Él vivió con gran sobriedad y benefició especialmente a los pobres y desvalidos con lo que tenía: el anuncio convincente de que el reino de Dios se estaba haciendo presente entre ellos, y el empeño por hacer el bien y denunciar el mal en medio de la gente que le rodeaba.

Los discípulos de Jesús dejaron lo que tenían, y hasta la familia a la que pertenecían, y lo siguieron en su modo de vida. ¿Estamos nosotros dispuestos a hacer lo mismo?

Fray Emilio García Álvarez O.P.
Convento de Santo Tomás de Aquino (Sevilla)

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