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Diez mil acertijos envueltos en enigmas


Desde el Mediterráneo y mares anexos

Diez mil acertijos envueltos en enigmas
Junio 25, 2014 17:25 hrs.
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GIZA, Egipto – Llegar a la Meseta de Giza, con sus tres pirámides y la Esfinge, nos enfrenta a gigantescos e importantes misterios. Estamos ante dimensiones serias, tiempo serio, evidencias serias, preguntas serias. Y serios prejuicios duramente consolidados.
Pocos lugares del mundo han despertado mi curiosidad e imaginación como las pirámides. Me había conformado —un poco como todo el mundo— con las explicaciones de los egiptólogos standard, sin dar más vueltas al asunto ni pensar en las implicaciones o poner en tela de duda lo dicho por quienes saben más que yo. Recientemente estiró mi curiosidad un par de autores de quienes hablaré enseguida pero antes narraré mi experiencia al llegar a la así llamada necrópolis de Giza.
Pararse frente a la Gran Pirámide, ver el conjunto de las tres, y luego visitar la Esfinge y el templo frente a ella, es una experiencia de vida. Lo es la sensación de ingresar por un pasaje estrecho y empinado, bajo una bóveda en capas y ángulo agudo, rumbo a lo que llaman Cámara del Rey o cámara alta. Al fin, tras subir por esa trabajosa cuesta, llegamos a lo que había visto en un montón de fotos: un cuarto chico con paredes de granito, liso y llano salvo por las pequeñas aberturas cuadrangulares donde comienza un par de ductos que miran hacia las estrellas. Y una caja abierta de granito rota en una esquina, que llaman sarcófago.
Había tan pocos visitantes que pude estar adentro unos minutos, con mi hijo y algún guardia. Cerca de un minuto —muy poco— en absoluto silencio. No en cualquier momento de la vida se puede permanecer en el centro de la GP y sentir en el cuerpo lo masivo del monumento a nuestro derredor, o practicar allí adentro un asomo de meditación. Me invadió con el silencio una peculiar energía, que podría percibir mejor que yo alguien sin mi tacto de tractor. Allí hay algo muy fuerte que nunca había sentido.
Si trato de articular mis emociones y contrastarlas con lo que toda la vida he leído sobre eso, digo rotundamente: no, no estamos, me parece obvio, ante simples manifestaciones del ego de tres faraones, ni es lo que está ante nuestros ojos una obra de gente pequeña hecha a la fuerza por esclavos y con intenciones personales de un señor que quería la vida eterna al estilo de todos los faraones, hijos de Ra, hijos del Sol.
Nada, nada, nada es trivial o hecho al aventón en este lugar. Tumbas y monumentos para saciar ansias de gloria o inmortalidad las veríamos en las verdaderas tumbas, en el Valle de los Reyes. No aquí. Esto es fundamentalmente diferente.
Los monumentos de Giza son tan grandes como enigmáticos y tan arcanos como las preguntas que plantean. Tanto así, que las repuestas pueden resultar importantes para nuestra humanidad. Esos monumentos los hizo gente muy grande, muy sabia, de una amplísima cultura, soberbiamente precisa, extraordinariamente motivada; elegante, además. Y los hizo para algo trascendental y muy, muy importante. ¿Para qué? Y hablamos de enigmas y misterios.
Como diría el investigador escocés Graham Hancock, son las huellas digitales de una civilización desconocida: vestigios que a él, detective de la antigüedad, le resultan relevantísimos y descifrarlos es el propósito de su vida. Falta averiguar, dice: si ya vemos las huellas, ¿dónde está el cuerpo?
Las huellas se pueden empezar a observar e interpretar si el ánimo es serio, si se está dispuesto a aceptar como posible lo que se ve aunque se oponga al conocimiento standard, si uno se atiene a los hechos en un espíritu científico; si no se trata con profundo respeto y sin remilgos, presuposiciones y juicios infundados, lo que hizo gente desconocida. Le toca a los auténticos investigadores hacerlo. Yo sólo me asomo a lo que dicen.
Creo yo que Jesús niño, llevado por María y José —que eran gente culta— vio estos monumentos cuando vivió fugado en Egipto. Desde su época hasta hoy ha pasado menos tiempo que el transcurrido desde que esa sagrada familia vivía en Egipto y lo que las construcciones llevaban en pie: al menos medio milenio más que hoy, y probablemente mucho más.
¿Mucho más? Vamos a ver. Dicen los egiptólogos ortodoxos:
· La Gran Pirámide fue terminada aprox. 2,560 años antes de Jesucristo.
· La hizo el faraón Keops para que le sirviera de tumba.
· Keops reinó 20 años y por lo tanto en ellos la edificó.
· La segunda pirámide la construyó Kefrén, para servirle de tumba (reinó 26 años).
· Kefrén hizo también la esfinge, con su propia cara.
· La tercera pirámide la construyó chiquita (por modesto) y fuera de línea con las anteriores su sucesor Mikerinos (reinó 29 años).
· Todo ello sin herramienta de fierro.
· Y sin tecnología avanzada.
Cualquier cosa que parezca ilógica o imposible se resuelve con un fácil expediente: tenían ilimitada mano de obra, probablemente esclava.
¡Un grano de sal, por favor!
Para empezar, la Gran Pirámide está hecha con un grado inconcebible de precisión. Los lados de ese monstruo de 6 millones de toneladas, en su mayor parte piedras c/u de unas 16 toneladas perfectamente adosadas y ensambladas sobre una superficie de 5,300 m2. Cada lado de la base mide 230 m; el mayor error entre un lado y otro es de 222 mm; el menor es 34 mm. Una regla escolar de 30 cm sale sobrando para marcar las diferencias entre un lado y otro de la Gran Pirámide: mucho menos que un pelo de albañil. ¿A qué albañil conoces que alcance una precisión menor a un 0.1%, sin teodolitos láser ni herramienta hi tech? Y la base está nivelada con una tolerancia de 41 mm sobre 230 m.
Aún hay más. Los lados de la GP están excelentemente apuntados a los cuatro puntos cardinales. Hacia el norte hay un error de 3/60 de grado mientras que el célebre observatorio de Greenwich se equivoca por 9/60.
Otra. Si matemáticamente se toma lo que mide su perímetro se hace una circunferencia y se relaciona con la altura, sale la regla que aprendimos en la primaria para sacar la superficie de un círculo: pi (3.1416) por el radio al cuadrado. Como nuestro planeta es esférico, la pirámide representa proporcionalmente una mitad de él. Los ortodoxos dicen que es casualidad porque el número p lo encontraron los griegos (dicen también que los antiguos egipcios no sabían mucho de matemáticas).
¿Será así? El planeta Tierra es 43,200 veces mayor que la GP. Si la altura real de la GP de 146.72917 m se multiplica por 43,200 se obtiene el radio de la esfera terrestre, la distancia de los polos al Ecuador, con un errorcito de 16.3 km. ¿Otra casualidad?
También aparece en la GP el número de oro j (1.618), llamado fi por Fibonacci: la divina proporción, no sólo en la relación entre sus caras y la base sino hasta en las alturas de las partes alta y baja de las tres cámaras que hay adentro, y las proporciones internas de esas cámaras. ¿No sabían de matemáticas?
Podrían decir que tampoco sabían mucho de astronomía. Los ductos de las cámaras alta y baja que miran al sur están apuntados a Orión y a Sirio en la posición que ocupaban hace 4,500 años al amanecer el día de los equinoccios de primavera y otoño, tomando en cuenta que Sirio (que representaba a Isis, esposa de Osiris) se escondía tras el horizonte por 5 meses y resurgía cerca de la fecha equinoccial.
Y una más, asaz sorprendente: la GP tiene 8 caras, partida a la mitad cada cara de forma tan tenue que apenas es visible en claroscuro desde el aire por unos minutos en el momento preciso de los equinoccios. La pirámide es un calendario que sigue siendo exacto.
Añadamos que hay sendas avenidas que en las pirámides llamadas de Keops y Kefrén apuntan 14º justos hacia donde sale el Sol cada solsticio, de verano e invierno, mientras que la de Mikerinos apunta precisamente al este, donde aparece durante los equinoccios de primavera y verano. Los egiptólogos dicen que esas grandes avenidas, ya muy deterioradas, sólo sirvieron una vez para transportar las momias de los tres faraones que dicen que allí fueron enterrados. Pero hace 25 siglos, Herodoto decía que la magnificencia de la construcción de esas vías competía con la de las pirámides mismas. ¿Suena lógico que algo tan masivo, orientado precisamente hacia unas direcciones tan concretas, sólo se usara una vez?
Va otra: la GP está ubicada exactamente a un tercio de la distancia entre el Ecuador y el Polo Norte (30º). Para un observador situado en la Tierra hay que tomar en cuenta la refracción atmosférica; el valor tomando en cuenta el error de observación desde la Tierra que produce la atmósfera es 29º58’22’’ y la pirámide está en 29º58’51’’. Menos de medio minuto de arco, otro pelo de albañil. ¿Casualidad?
Además las pirámides estaban recubiertas con piedra caliza clara y tersa con que, según relatos árabes, brillaban preciosamente al recibir el sol. Derrumbó casi toda esa capa un terremoto en 1301 y usaron la piedra para reciclarla en las arruinadas mezquitas y palacios del Cairo. Sobreviven unas losas en la parte alta de la pirámide de Kefrén y a nivel de la tierra en el lado norte de la GP, cortadas con tal precisión que las losas sobrevivientes tienen un descuadre de ¼ de mm sobre 190 cm por lado. Aparte de eso, las tres pirámides están hechas de inmensas piedras de al menos 16 toneladas, cortadas de formas desiguales pero ajustadas y ensambladas con precisión semejante a la de las losas planas de recubrimiento.
En la GP, la supuesta cámara mortuoria de Keops tiene losas de granito de 70 toneladas. La pirámide más pequeña, Mikerinos, tiene piedras hasta de 200 toneladas. La de Kefrén contiene una losa de 424 toneladas. En la de Keops hay piedras de 40 a 65.
¿Por qué tal obsesión por la perfección, y tan inimaginable exactitud? ¿Era necesario incurrir en tales pruritos, o había alguna razón de peso para hacerlo? ¿Por qué usar piedras inmensas y no uniformes en las pirámides si las piedras iguales se manejan con más facilidad, o por qué molestarse en construir con losas de 15 a 20 toneladas en el Templo del Valle, a un lado de la Esfinge y también carente de inscripciones; y que según dicen, sólo sirvió para preparar las momias de esos tres faraones? Cada una de esas megalosas pesa lo que una locomotora diesel o 250 coches. ¿Cómo colocaron y ajustaron piezas desiguales e inmensas, como rompecabezas, en un espacio limitadísimo? ¿Y por qué? La explicación del trabajo de esclavos no se sostiene; los científicos, ingenieros y expertos contemporáneos en mover grandísimos pesos responden siempre lo mismo: “no tengo idea de cómo pudieron hacer eso”.
Otro dato: las columnas en las dos construcciones delante de la Esfinge, a diferencia de templos posteriores, no son redondas ni con capiteles de loto o papiro. Son simplemente bloques monstruosamente grandes, extraídos de la misma piedra con la que fabricaron la Esfinge (esto se sabe), y de formas raras que se ensamblan unas con otras con exquisita exactitud.
Si esa pirámide no la hicieron maestros astrónomos, geómetras, ingenieros y obreros expertos no sé quién la haya hecho. Es un monumento de altísima precisión, sin ahorro alguno de esfuerzo y materiales, peso o distancia para conseguir lo que hacía falta. Por ejemplo, el durísimo y pesadísimo granito de la cámara alta lo trajeron de Asuán, a 900 km de Giza. Está tan bien hecho que sigue sólido e intacto después de milenios con sus terremotos.
¿Quién fue capaz de tales proezas? Y finalmente, ¿para qué?
adie sabe, aunque muchos que dicen saberlo estiran los datos para acomodarlos a sus creencias. Herodoto visitó Egipto en el siglo V a.C. y le dijeron que la GP la había hecho Keops. ¿Quién va a poner en duda a Herodoto, por más que hablara de oídas? Y como Keops sólo gobernó 20 años, en 20 habrá debido preparar, pulir, ubicar, ajustar y nivelar un bloque desigual de piedra de 16 toneladas de los dos millones que hay (algunos inmensamente más pesados) cada 2 minutos y medio trabajando 24 horas diarias, sin tomar en cuenta el tiempo de preparación y diseño de un monumento que tiene al menos tres cámaras internas ubicadas y alineadas con absoluta precisión (una de ellas subterránea), montarse y alinearse sobre un montículo natural que existía en el centro justo de la GP, y orientar perfectamente cuatro ductos a estrellas en la posición que ocupaban al amanecer de cada día equinoccial. Sin herramienta de precisión, porque si ese pueblo no sabía de matemáticas, menos conocía el fierro.
Así y todo, afirman y sostienen que sólo la hizo Keops para su tumba y momia aunque no haya un solo documento que hable de esas construcciones, y menos de que sean funerarias; ni exista en la pirámide una sola inscripción, jeroglífico o relato en piedra o papiro alguno. Los “Textos de las Pirámides”, los más antiguos conocidos, se llaman así porque los encontraron en la pirámide de Saqqara pero esos documentos religiosos no hablan explícitamente de estas tres pirámides ni tampoco de la Esfinge, y mucho menos de esos tres famosos faraones dizque constructores.
Sólo hay una inscripción asaz sospechosa que “encontró” el coronel inglés Richard Vyse, investigador pagado por su gobierno, que en 1832 exploró —mejor dicho, explotó (sí, con pólvora)— la GP. El “hallazgo” es una especie de graffito donde aparece el nombre de Keops, confirmando a Herodoto. Y esa burda inscripción jeroglífica que aceptan como evidencia los arqueólogos y que hasta incorrecciones ortográficas, contradicciones y anacronismos contiene, fue falsificada por el coronelazo repitiendo errores de los textos disponibles en su época. No lo digo yo sino los investigadores independientes Graham Hancock y Robert Bauval. Sin embargo, los mismos egiptólogos que aceptan incontrovertiblemente esa evidencia no aceptan que al final del ducto de la cámara alta que apunta hacia Orión, ese mismo coronel haya encontrado un trozo de hierro que, según relata en la memoria oficial, estaba muy adentro del ducto proveniente de la cámara alta. Yace olvidado en una bodega del British Museum.
Imposible, ¿verdad? Los egipcios antiguos no conocían el hierro y eso es la Verdad. Pero el análisis óptico y químico practicado en 1989 dice otra cosa: además de que la pieza es de manufactura humana (no de metal meteorítico) es antiquísima, conserva trazas de un recubrimiento de oro, y fue colocada al construir la pirámide. Además, desde 1881 habían identificado en su óxido fósiles iguales a los de las piedras contiguas donde lo desprendió Vyse; fósiles inexplicablemente más viejos que cuando él —dicen— la plantó allí. Y los expertos del British Museum niegan como buena la investigación. El mundo al revés: niegan a Vyse con su trozo de hierro a pesar de lo que diga la ciencia pero le dan por bueno un graffito mal hecho, digan lo que digan expertos incómodos para la ortodoxia.
Además en ninguna de las tres pirámides hay vestigio alguno de que allí se hayan depositado restos humanos u objetos. Todo lo despachan los arqueólogos con que alguien se robó lo que había adentro. Aunque el árabe Caliph Ma’mum, primero que entró en el 820 a la cámara alta, reportó que estaba vacía. Ni un documento conocido dice “esta pirámide la construyó Keops”, “esta esfinge y esta pirámide las hizo Kefrén”, y nada parecido. Nada. Cero. Las atribuciones provienen de fuentes tan antiguas como lo que alguien (como hoy los guías de turistas) le dijo a Herodoto en el siglo V a.C. Tampoco hay evidencia de robos, ni desde cuándo. Nada.
Cualquier auténtica tumba de un faraón, antes y después de las tres pirámides, está plagada de pinturas, jeroglíficos, objetos, joyas, momias y sarcófagos. Abundan en las verdaderas tumbas, saqueadas o no, en el Valle de los Reyes. En la “necrópolis” de Giza, cero.
Dicen Hancock y Bauval que sólo hay dos explicaciones posibles para saber por qué esta gente usaba piedras hasta de 700 toneladas. O sabían cómo manejarlas de una manera que para nosotros es completamente desconocida, o era gente muy diferente, con motivaciones y voluntad verdaderamente distintas de lo reconocible o concebible hoy. La otra explicación, que nos dio espontáneamente un camellero mientras nos paseaba por las pirámides, es que estos monumentos no son hechura humana sino de extraterrestres. Lástima que eso no explique nada.
Hancock no prefiere la explicación de los alienígenas constructores de pirámides. Él da argumentos para evidenciar que hubo una avanzada civilización, destruida por un cataclismo global, e inundada bajo unos 150 m de agua por el súbito fin de la edad del hielo, hace 12,500 años. Hay vestigios de obras humanas bajo el agua y más de 50 leyendas sobre diluvios en todo el planeta, la más célebre de ellas en el Génesis. Es apasionante: una civilización más antigua que todo lo conocido por los historiadores, para quienes todo empezó en Ur de Caldea hace unos 5,800 años.
Otra explicación, aceptada también como hipótesis por Hancock y Bauval, es que efectivamente las pirámides se hayan terminado de construir por la época que dicen los arqueólogos, pero lo que no se sostiene es que las hayan hecho esos tres faraones y hayan servido sólo como tumbas. Seguramente comenzaron a construirse siglos antes, y como herencia de una civilización desconocida mucho más antigua. Nada previo a las tres pirámides permite sugerir de dónde sacaron los egipcios clásicos tales niveles de conocimiento.
Las preguntas crecen y crecen, frente a los prejuicios y ortodoxias de la egiptología standard. Los enigmas y misterios se acumulan y mientras más se averigua más crece la necesidad de contestar: ¿Quién fue capaz de algo así? ¿Por qué? ¿Para qué?

11. Orión en la Tierra, el Nilo en el cielo

Giza, Egipto – Robert Bauval, belga de origen que nació en Alejandría, había visto en fotos aéreas que las pirámides de Keops y de Kefrén estaban a 45º una de otra, y la pequeña de Mikerinos algo desfasada de esa línea. No le dio más vueltas al asunto pues eso se ha sabido siempre, pero una noche sin luna contemplaba el cielo del desierto y vio que las tres estrellas del cinturón de Orión, el guerrero del cielo —una de las constelaciones más visibles y claramente identificables en el hemisferio norte, que en los países hispanoamericanos llamamos los Tres Reyes Magos— también estaban así: en línea, pero no línea recta.
Eso también se había sabido siempre pero a Bauval se le ocurrió sobreponer ambas fotos y vio que concordaban perfectamente. Ya picado con su hallazgo se puso a comparar la distancia aparente de esas estrellas respecto de la Vía Láctea y también concordaba, nada menos que con el río Nilo. Las pirámides, vio, son una construcción celeste en la Tierra.
Muy pertinente: el símbolo de la resurrección en el paraíso es Osiris, que los antiguos egipcios asociaban con Orión y de quien hablan en los Textos de las Pirámides. A Osiris lo asesinó y descuartizó su hermano Set, pero Isis, esposa de Osiris, juntó los pedazos y logró concebir con Osiris a un hijo, Horus, dios con cabeza de halcón. De tal manera, en la tierra de Egipto quedaba reproducido el símbolo de la vida eterna y la resurrección (Orión-Osiris) con el dador de vida —el río. Documentó Bauval eso en su libro The Orion Mystery.
Y muy cerca de allí, en medio del conjunto piramidal que reconstruye en la Tierra esa constelación, hay otro enigma de dimensiones colosales que hace crecer a los de la GP y el dibujo de Orión sobre la zona de inundación del Nilo. Allí está, allí está viendo pasar el tiempo la Esfinge de Giza.
La Esfinge está enteramente excavada de la roca; es una de las mayores estatuas del mundo. Y si está a la intemperie tiene que degradarse y erosionarse como cualquier otra piedra caliza de cualquier otra parte, según las condiciones a que esté expuesta.
Egipto es desértico y seco, especialmente el Bajo Egipto, la zona del norte, donde están las pirámides. Eso sabía el investigador y comunicador usamericano John Anthony West, hombre curioso y acucioso, luego de que se puso a observar la Esfinge y el daño sustancial que muestra, especialmente en la parte superior del cuerpo (en sus patas y parte baja han hecho diversas reparaciones en distintas épocas).
A West se le ocurrió mostrar fotos por ambos lados del lomo erosionado y las mostró al geólogo usamericano Robert Schoch, de la Universidad de Boston, pero haciendo un truco: tapó la cara de la Esfinge en la foto. Luego de analizar visualmente ese daño, el experimentado geólogo le dijo “esa roca sin lugar a dudas se ha degradado al paso de mucho tiempo de lluvias torrenciales”.
West destapó entonces de la foto el perfil de la Esfinge, para mayúscula sorpresa del geólogo. Tanto así que decidieron viajar a Egipto y emprender una investigación científica a todo presupuesto, siempre preguntándose, ¿lluvias torrenciales en Egipto?
Los arqueólogos han dicho siempre que el daño a la piedra es por viento o inundaciones durante miles de años pero la investigación geológica demostró que el daño observado es muy diferente de una degradación o una erosión por escurrimiento, y que los aluviones no hacen un daño así. Las señas del viento son horizontales y los escurrimientos dejan huellas verticales. La Esfinge tiene daños de ambos tipos.
¿Lluvias fuertes en uno de los lugares más secos del planeta? Saben los climatólogos que el Sahara fue verde cuando el planeta vivía una edad glacial que había durado unos 100,000 años pero que hace unos 12,500 se acabó, no se sabe por qué, con un súbito calentamiento global (no como el que tanto cantan hoy sino uno de verdad). Tanto así que las zonas bajas quedaron inundadas por unos 140 m de agua en todo el planeta. De allí viene no sólo la narración bíblica del diluvio universal, sino también unas 25 tradiciones más en diferentes lugares inconexos del mundo. Se sabe, por ejemplo, que el Canal de la Mancha no existía y las islas británicas eran tierra firme.
Vuelve el pequeñísimo problema: no concuerda “lluvias torrenciales” con Egipto, ni “12,500 años” con faraones, y menos con Kefrén, pretendido autor de la Esfinge. Además, se agranda la duda durante milenios (incluso en épocas faraónicas) la Esfinge estuvo cubierta de arena, que protegería su cuerpo. Hay fotos de cuando sólo se veía su cabeza.
Ya habrás colegido, atenta y perceptiva amiga, que tampoco para la Esfinge hay una sola inscripción que diga quién la hizo, cuándo, por qué o para qué. Dicen que la hizo Kefrén porque allí entre sus garras encontraron una estatua de él, hoy en el museo de Cairo. (De idéntica manera, Miguel Hidalgo habrá construido la columna de la independencia porque allí está su estatua.)
Dicen también que la efigie se parece a Kefrén, lo cual desacreditó Frank Domingo, experto neoyorquino forense en reconocimiento de caras. Además la Esfinge tiene rasgos negroides y la estatua de Kefrén no.
Lo interesante del asunto es que las pirámides de Egipto no las hayan construido los faraones Keops, Kefrén y Mikerinos aproximadamente en 2,500 a.C. sino que sean mucho más antiguas. Y además, la egiptología tradicional dice que el activo Kefrén talló también la Esfinge con su propia efigie. ¿Evidencias para todo eso? Cero. Cero absoluto. Sobre el origen de la Esfinge y las tres pirámides la egiptología da opiniones pero no demuestra con documentos sus dichos.
El que la Esfinge esté desgastada por lluvias que dejan huellas de escurrimientos verticales lo aceptan geólogos y científicos pero no los egiptólogos e historiadores, perfectamente estructurados en su verdad establecida. Tiene que ser dificilísimo aceptar cosas que descuadran y descalifican lo ya sabido, pero el ánimo del científico tiene que basarse en un respeto implacable por los hechos. Costará trabajo aceptar implicaciones tremendas —echar para atrás varios milenios la historia humana— y será difícil de aceptar, salvo para las mentes libres que no comparten el estado de ánimo del experto (yo defino al experto como aquél que siempre tiene a la mano la respuesta idónea para decir que no y cómo no).
Si la Esfinge proviniera de hace 7,000 a 9,000 años (hay argumentos para estirar su edad a 12,000 y hasta a más) habría que reconocer, como hace Hancock, que hubo una civilización previa, cuyos vestigios han aparecido desde la isla de Pascua e Indonesia hasta Perú y Bolivia, pasando por Egipto, Etiopía y hasta Japón. Una civilización destruida hace más de 10,000 años, que ha dejado ciertas huellas (de allí el nombre de su libro Fingerprints of the Gods).
Las respuestas serias a preguntas serias, de ser como parecen, podrían requerir que se reescribiera la historia de la civilización y se echara el reloj seriamente para atrás. Haría falta el sentido de responsabilidad y apego a las evidencias que anima a los científicos: si los astrofísicos encuentran el Bosón de Higgs y cada vez echan más atrás la fecha del Big Bang o se abren a que éste no exista, ¿por qué los historiadores y arqueólogos niegan evidencias si les incomodan? Igual los socialistas y keynesianos: si la realidad contradice sus creencias, reexplican la realidad y dan magníficas explicaciones. No soy arqueólogo ni historiador pero quiero tener la mente abierta de quien dice sin ambages “me equivoqué”.
A nadie debo más en este empeño intelectual —que en este viaje se me ha hecho presencial— que a Graham Hancock, a quien descubrí gracias a un reenvío de internet. Lo recomiendo vivamente a quien tenga curiosidad sobre grandes preguntas, específicamente sobre los orígenes de la civilización. Hay que leer Fingerprints of the Gods de Hancock y The Message of the Sphinx, éste escrito al alimón con Robert Bauval, el descubridor de la alineación de las tres pirámides con Orión.
Se les han echado encima: sus dichos incomodan al establishment de la verdad conocida por egiptólogos ortodoxos y expertos. Hancock hace en su libro un recuento de evidencias misteriosas de civilizaciones antiguas que han dejado muestras no suficientemente entendidas de su paso por el mundo, con recurrencias interesantes. Una de ellas, que fabricaron inmensos megalitos, piedras pesadísimas que aun hoy es verdaderamente difícil mover con grúas hidráulicas y que los ingenieros que las mueven no dan una idea congruente de cómo las podían mover pueblos “primitivos”. Ya narraba de megalitos prehistóricos en Malta.
Otra recurrencia de ciertas ruinas antiquísimas es que suelen estar orientadas a los equinoccios y solsticios: eran calendarios. Y las más avanzadas culturas, como la egipcia, tenían noción de la precesión de los equinoccios, el fenómeno por el que la Tierra gira por la bóveda celeste lentísimamente en ciclos de 25,920 años, 12,960 a un lado y otros tantos al otro. Desde la Tierra, las constelaciones que aparecen al este se mueven ligerísimamente hacia la izquierda, un grado cada 72 años, de manera que se pasa de una constelación del zodiaco a otra cada 2,160 años, y la de Orión va subiendo sobre el horizonte. Los egipcios observaban eso y podían reconstruir el pasado astronómico del planeta, hasta el principio de todo: el mítico Zep Tepi, el principio de los tiempos humanos.
Antes de ese tiempo primigenio reinaba Osiris en el mundo y había una enorme felicidad en un paraíso terrenal cuyo lugar preciso —a diferencia del que habla el Génesis— estaba ubicado precisamente en la meseta de Giza. Pero las tribulaciones humanas comenzaron cuando el malévolo Set mató a su hermano Osiris, y lo descuartizó. Pero Isis reunió y reconstruyó los pedazos de Osiris y logró procrear con él a Horus. Fue ése el principio absoluto de los tiempos.
En ese Zep Tepi la constelación de Orión aparecía en su punto más bajo del horizonte si se mira hacia el este, allí donde sale el sol (aparece Horus en el horizonte, el sol naciente). Y allí mismo, en ese tiempo antiguo, al este, estaba lo que desde los antiguos egipcios —autores de los nombres de las doce constelaciones— se llamaba Leo. Hablamos de hace 12,500 años, principio egipcio del tiempo humano y de nuestras tribulaciones.
La Esfinge, con su cuerpo de león, mira exactamente hacia el este; la principal estrella de Leo, Regulus, es el corazón del león. Tiene la Esfinge al centro una protuberancia de piedra que se cree que marca su corazón, asociado precisamente con el corazón celestial que hace 12,500 años se veía al amanecer equinoccial.
Era la época de Leo; hoy vivimos en la transición de la era de Piscis a la era de Acuario, luego de pasar las de Leo, Cáncer, Géminis, Tauro y Aries en este planeta que gira como una muy despaciosa pirinola (sí, ya sé que se dice perinola pero detesto ese vocablo). Cada era zodiacal dura unos 2,160 años, y resulta que estamos en el opuesto a la era de Leo. Qué quiera decir eso y si sea bueno o malo o todo lo contrario, se lo dejo a los astrólogos. Lo que sí se puede decir es que quien conozca el fenómeno astronómico de la precesión de los equinoccios será suficientemente culto, científico y creíble para tomar en serio lo que quiera decir, por más que pase un tiempo inconcebiblemente largo.
Y vaya si quisieron decir algo, si la ubicación perfecta de Orión-pirámides y Vía Láctea-Nilo, imita y recoge puntualmente la ubicación celestial de esa constelación y las alturas sobre el horizonte del cinturón de Orión, pero como se veían desde Giza en el tiempo primigenio, en el Zep Tepi, hace 12,500 años, y no como se veían desde Giza cuando apuntaba el ducto de Orión a esa constelación, hace 4,500 años. Detalles en The Message of the Sphinx de Bauval y Hancock, libro cuya lectura contagia un profundo sentido de respeto hacia esa gente extraordinaria.
Hasta aquí de astrología y astronomía. Lo pertinente es que esos datos pueden empezar a desentrañar el misterio de por qué tomarse tantas molestias para edificar tres prodigiosas pirámides y esa antiquísima Esfinge. Hay también una suposición: de que originalmente esa Esfinge no tenía cara humana sino que algún faraón, mucho tiempo después, alteró la cabeza del león para poner su propia efigie y, con una cabeza más chica, sacó de proporción al conjunto.
De hecho la Esfinge está bien proporcionada en sus patas y cuerpo (lo estudió también el investigador forense Frank Domingo) pero la cabeza es mucho más chica que el cuerpo y fuera de proporción con cualquier escultura o inscripción de otra esfinge. Abundan en Egipto las esfinges en escultura y bajorrelieves con cara humana y cuyo tamaño de cabeza no desmerece contra el cuerpo. Claro que si los arqueólogos creen que son paparruchas las investigaciones geológicas y afirman sin evidencia la autoría de Kefrén, difícilmente aceptarán esta posible sustitución de una cabeza de león por una humana.
Finalmente, la teoría de Hancock y Bauval (que comparten muchos más) es que esos monumentos son mucho más importantes que lo que nos han dicho o dado a entender. Suponen esos autores que quienes los edificaron quisieron decir algo a quien pudiera interpretar sus datos: esos monumentos nos estarían dando un mensaje, no a través del espacio sino del tiempo. Por eso es relevante tratar de desentrañar tantos misterios viejos.
Me gusta asociar esto de que estoy hablando con una célebre película de 1968.

12. Una Odisea terrenal

Giza, Egipto – En la obra fílmica de arte 2001: una Odisea Espacial, Stanley Kubrick se basó en un cuento del novelista de fantaciencia Arthur C. Clarke llamado El Centinela, publicado en 1951. Unos exploradores viajan a la Luna en 1996 y uno encuentra un misterioso objeto: una pirámide de un durísimo cristal, semicubierta por polvo de meteoritos. Luego de 20 años de esfuerzos acaban abriéndola usando energía atómica y se dan cuenta de que es un aparato que manda una señal, física o quizá parafísica, a alguna civilización extraterrestre que podría haber enterrado indicadores semejantes en muy diversos planetas o satélites en la galaxia.
No había vida inteligente en la Tierra cuando la plantaron en la Luna, pero aquellos aventajados alienígenas tenían paciencia para esperar a que se desarrollase una inteligencia suficiente como para que los seres que habitaran el planeta vecino pudieran viajar a su satélite, descubrir la pirámide y enviar un “aquí estoy” usando alguna especial tecnología hacia su planeta de origen. Al recibir esa señal sabrían que el hombre primitivo ya no lo era tanto, y podrían entrar en algún tipo de comunicación con él.
La pregunta era cuándo llegarían a recibir tal mensaje aquellos antiquísimos alienígenas. El cuento termina diciendo “No creo que tengamos que esperarlos por mucho tiempo”.
En la película de Clarke y Kubrick no aparecen pirámides sino monolitos. Hay un hombre-simio que encuentra un monolito de proporciones cuadráticas 1-4-9 que de alguna manera da a ese homínido un brinco evolutivo: la posibilidad de usar herramientas, cuando en la apoteosis suena, de Richard Strauss, Así hablaba Zaratustra. Millones de años después, la nueva señal a transmitir vendría de otro monolito, éste desenterrado en la Luna por una humanidad que había sido capaz de dar otro salto, ya en el 2001. Era evidencia del desarrollo de una inteligencia suficiente para conocer a una civilización muy aventajada y planteaba la posibilidad de dar un nuevo brinco evolutivo, ahora a nivel mental.
Cómo quisiera entrar hoy en contacto (como hice hace unos 25 años por otro motivo) con el ya finado Clarke (1917-2008) para plantearle la analogía de un centinela plantado en un pasado de indefinida antigüedad, que mediante otra pirámide estaría enviando un mensaje dentro de una botella a la humanidad de un futuro desconocido: habría dejado dicho algo en las pirámides de Giza, para ser escuchado por quien fuera capaz de interpretarlo.
No es otra la visión de Hancock y Bauval: la Gran Pirámide es, implica, contiene un mensaje dirigido a quien sea capaz de dilucidarlo. Un gran enigma planteado para un tiempo futuro. Para milenios hacia adelante. ¿Será para nosotros?
¿Y cuál podrá ser el mensaje, de ser correcta tal hipótesis? No tenemos la menor idea, pero no me cabe duda de que la GP es más, mucho más, muchísimo más, rotundamente más que las simples ansias de un faraón de ser inmortal. Los monumentos de Giza —la Esfinge y las tres pirámides— fueron hechos para algo infinitamente más importante que un simple hijo del sol y sus ansias de regresar, de pleno derecho, al reino de Osiris.
Acaso sirva para algo tan importante como la permanencia de la vida en este planeta; o para ayudar al verdadero conocimiento a quienes estuvieran dentro de la GP; o quién sabe para qué.
Quisiera saber si el gran Clarke conoció el libro de Bauval (1994) sobre Orión y la Vía Láctea en el antiguo Egipto. No sé si habría hecho alguna analogía con su cuento y película, o si habrá tenido la noción de un mensaje proyectado para algún aventajado investigador futuro. ¿Una advertencia, si alguna civilización antigua sufrió una calamidad que la destruyó tan rotundamente que nada sabemos de ella? ¿O daría un salto evolutivo, iniciático o esotérico, para quien pueda adentrarse en sus misterios? ¿O fue un simple prurito de hacer una obra bien hecha —soberbiamente ejecutada, duradera, elegante, sencilla, admirable— para satisfacer el empeño de perfección de algún antiguo constructor extraordinariamente culto?
No lo sabemos pero sí puede colegirse que la GP y la Esfinge las hicieron hombres de este planeta (no de otro: no hablo de civilizaciones no humanas) e hicieron algo muy, muy, pero muy importante a lo que hay que acercarse con profundo respeto, el que toda persona responsable siente por un trabajo verdaderamente bien hecho.
Acaso el futuro no tarde mucho en descifrarlo. Seamos optimistas. Dicen Hancock y Bauval “la verdadera historia apenas está empezando a contarse”. Y el cuento de Clarke termina diciendo “no habrá que esperar por mucho tiempo”.

13. La ruinosa pirámide escalonada sin escalón

Saqqara, Egipto – A unos 16 km al sur de Giza está la pirámide más vieja de todas, según los inefables egiptólogos ortodoxos. Elemental: si la Gran Pirámide la fabricó Keops y la de Saqqara sirvió para enterrar a Djoser, antecesor de Keops, la de Saqqara es más vieja. Apenas 140 años anterior. Y en ese mismo lugar hicieron más pirámides funerarias los sucesivos faraones.
Es una pirámide de ladrillo, fea e irregular, mal hecha, primitiva, dispareja.
Pero también hay en Saqqara pirámides apenas 100 años posteriores a las de Giza, hechas a base de escombro por dentro y ladrillo por fuera, de modo que no es sorpresa que estén arruinadas. Me pregunto cómo en Saqqara hay pirámides feas hechas por constructores balines y chambones, apenas 100 años antes de las magníficas de Giza. Pero el problema es que apenas un siglo después de las de Giza, siguieron haciendo en Saqqara pirámides feas y malhechotas. ¿A poco sólo en 100 años aprendieron y luego olvidaron el arte de cómo construir bien?

¿Es lógico? Vamos a ver:

1. Hacen en Saqqara una pirámide escalonada y mal construida, supuestamente la más antigua que hay en Egipto.

2. Hacen enseguida otras pirámides que están destruidas de tan mal hechas, una de ellas hasta ya enterrada. En esos monumentos funerarios hay inscripciones, objetos, momias y todo lo necesario para servir como sepulcros de un rey.

3. Al siguiente siglo de esas pirámides chafas, los faraones Keops, Kefrén y Mikerinos se mudan a Giza para hacer tres construcciones funerarias magníficas y una Esfinge que duran hasta hoy, pero no dejan adentro inscripción alguna, momias u objetos ni nada, ni documentos que hablen de quién las edificó.

4. Después de esos tres, los sucesivos faraones regresan de nuevo a ser enterrados en Saqqara en pirámides que no están bien hechas y quedan ruinosas pero, como antes allí mismo, las llenan de inscripciones, momias, objetos, etcétera.
Algo aquí no cuaja. ¿No suena raro que haya un episodio glorioso entre un después y un antes de pirámides mediocres? ¿Hará falta que Sherlock Holmes nos explique la razón elemental de tan raro interludio? ¿O habrá más bien que pensar heréticamente y mirar otras posibilidades?
Aparte de eso, la pirámide escalonada ya no lo es tanto. Será patrimonio mundial según la Unesco, pero los burócratas egipcios saben dar usos imaginativos y muy creativos a los fondos recibidos para restaurar sus tesoros. La pirámide tiene un primer escalón que en gran parte de su longitud ¡ya está parejo con el segundo! El ladrillo con que “restauraron” la parte más visible de esa pirámide escalonada se sigue de frente desde el suelo y han roto el carácter escalonado de la pirámide.
Ante tal evidencia la guía no tuvo mas remedio que reconocer que las autoridades encargadas de restaurar esa antigua pirámide se habían robado el dinero. Qué raro. No sé si haya oído antes que cierta gente con mucho poder dé usos alternos a los dineros recibidos para buenas obras.
Egipto es un lugar de incógnitas, enigmas y misterios, además de ser espacio para preconcepciones tan rígidas y momificadas como los cadáveres de los faraones. Misterios los hay antiguos y modernos, y los detectives de enigmas pueden consolarse al saber que —fuera y dentro de Egipto y de los sindicatos oficiales mexicanos y de nuestras instancias gubernamentales de cualquier nivel— el uso moderno del dinero es un enigma insondable: jamás deja traza alguna ni se sabe nada del destino de los fondos. Los misterios así de modernos no tienen solución ni consecuencia y es ocioso explorarlos.
En cambio, quizá si puedan desentrañarse las incógnitas, las preguntas y los enigmas antiquísimos. Creo que sí es posible desentrañar el porqué de tres pirámides perfectas en términos astronómicos, geográficos, calendáricos, arquitectónicos, ingenieriles y astrológicos, y acaso podamos comprender los arcanos enigmas de una Esfinge muda que mira, hacia el este, por qué constelación salió hoy el sol en cada equinoccio y en cada era astrológica. Y esa Esfinge, tras de incontados milenios, allí está, viendo pasar el tiempo.

14. Cuatro colosos distintos y un solo faraón verdadero

Abu Simbel, Egipto – Volamos del Cairo a Asuán. Abordamos allí una camioneta en que toma el asiento del copiloto un soldado armado con una metralleta. Seguramente, de tanto hacer eso, ese personaje de mala catadura ya ni siquiera se aburre de que al cabo de tres horas viaje de ida y otras tantas de vuelta, a ambos lados de la carretera lo único que haya sea el desierto de Egipto, plano, con un inmutable, uniforme amarillo de arena.
Sólo corta la monotonía el eventual encuentro de puentes sobre las dos presas de Asuán, la antigua y la nueva, con cuerpos de agua a veces gigantescos. Esto no existía hace dos generaciones y hoy se llama Lago Nasser.
La nueva presa de Asuán controla el flujo del caudaloso y larguísimo Nilo, cuyas aguas —misterio desentrañado en 1863— provienen del gran lago Victoria. Pero como dijo el niño descuartizador Ponchis, vamos por partes.
Nos dirigimos a Abu Simbel, una de las zonas más calientes de un país tórrido y seco, apenas a unos 10 km del inmenso Sudán. Es la zona de Nubia, al norte de Sudán y sur de Egipto. Por allí se entraba, vía pluvial, al gran reino faraónico. El faraón de faraones, Ramsés II (1303-1213 a.C.) decidió intimidar a los forasteros que pretendieran entrar a Egipto con cuatro colosos que asustaban a los extranjeros que venían navegando Nilo abajo y que según nos dicen, tenían que pagar peaje para ingresar a los dominios de Ramsés (hoy en los aeropuertos al peaje lo llaman visa).
Como Ramsés no era gente de obras chiquitas ni empeños mediocres, decidió construir cuatro colosos en la roca (el horrendo monumento de Mount Rushmore se queda chiquito) y además de eso, excavó ese faraón un templo dentro de una monolítica montaña de piedra caliza. Algo así como el inmenso templo hindú de la isla de Elephanta, cerca de Bombay; o el pequeñito recinto excavado en la montaña donde recibían sus armas los guerreros águila, en Malinalco.
En Abu Simbel la gran diferencia es que no sólo hay templos bajo la roca con recintos y paredes cuajadas de imágenes y jeroglíficos, sino que especialmente en ese conjunto escultórico donde aparecen 4 faraones 4. ¿Quiénes son los cuatro faraones que gobernaban Egipto en ese tiempo? Claro que sólo uno, llamado Ramsés II. Se multiplica por cuatro cada coloso de 20 m de altura, sentado en su trono y multiplicado por cuatro, con un gran portal central donde se ingresa al profundo templo.
Ya adentro aparece al fondo el gran faraón acompañado de los tres principales dioses egipcios: Amón-Ra, Ra-Harakhte, Ptah, y él como un dios más; su esposa favorita Nefertari aparece esculpida también, pero en las estatuas no le llega ni a las rodillas.
No sólo eso. El monumento fue diseñado para que en dos fechas precisas del año, 21 de febrero y 21 de octubre, el sol naciente penetrara en derechura de la cara de uno de los cuatro. (No sé por qué me preguntas a cuál de los cuatro le llegan derechitos los rayos del sol.)
Era indispensable aterrorizar porque en todo tiempo de la humanidad, con el Poder no se juega, menos aún si se trata de una gran potencia imperial (hay que ver la actitud de los guaridas de seguridad en los aeropuertos gringos). Y acá hablamos nada menos que del gran Ramsés II, cuyas hazañas guerreras, victorias y alianzas con los dioses se presume en cada uno de los muros.
Pero el gran Ramsés, ese mismo que esculpía a su esposa más chaparra que su pantorrilla mientras él se sentaba en su trono, decidió hacer a 100 m a la derecha oooootro templo, más chico pero de todas maneras impresionante, para honrar a Nefertari, que así se llamaba la esposa favorita (tuvo el esforzado muchacho más de 40 esposas y como 110 hijos). También ese templo está excavado en la roca y también lleno de inscripciones y dedicado a la diosa Hathor, de la maternidad, la fertilidad, la belleza y esas cosas femeninas. Lástima que no dejen tomar fotos; el cancerbero de los templos hasta pide que se le muestren las últimas fotos de las cámaras y celulares y hasta amenaza con la policía (no sé por qué milagrito la pila de mi cámara se descargó y no pudo el vigilante darse cuenta de que yo en efecto lo había desobedecido).
Al parecer (ignoro si sea una leyenda urbana egipcia) de esos templos no so sabe el nombre original, de modo que le pusieron el de un niño que conocía dónde estaban enterrados esos colosos debajo de la arena. Ese niño se llamaba Abu Simbel.
Todo iba muy bien y los visitantes en los numerosos cruceros por el Nilo desde Cairo vía Asuán y la isla Kitchener visitaban esos templos pero ocurrió que en 1955 al presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1918-1970) se le ocurrió por fin realizar el antiguo proyecto de hacer una presa que controlara mejor las aguas del Nilo, que inundaba cada año la meseta de Giza y la zona habitada al este de su cauce; ese gran río fertilizaba así la tierra, y permitía la existencia de la vida. No era raro que el río tuviera carácter sagrado pero en la época moderna hacía falta una presa para acumular agua para un país tan seco y así evitar las célebres, míticas y recurrentes crecidas del río, pero que eran irregulares —a veces catastróficas por excesivas y otras por escasas.
Como los cuatro colosos de Nubia estaban a nivel del agua tendrían que inundarse y quedar perdidos para siempre. Recuerdo el estupor mundial por la posibilidad de perder esos monumentos excavados directamente en la roca de una montaña. Luego de concursos internacionales y mucho tiempo de deliberaciones aprobaron un proyecto viable y tardaron 5 años para cortar de la piedra maciza, alzar, recolocar y ajustar 2,200 bloques. Izaron las estatuas con todo y templos 65 m arriba de la montaña y 200 más adentro. Para ubicar los templos arriba del cerro necesitaron fabricar una especie de domo de concreto muy bien disimulado que hasta parece parte del paisaje.
A ojos vistas, el resultado es francamente excelente. La inmensa presa se construyó, el Nilo dejó de inundar la parte baja de Egipto, la presa genera electricidad y ahora el Lago Nasser ocupa una superficie inmensa, que riega y da vida a este sequísimo país.
Los cuatro colosos (el segundo de ellos roto por un terremoto desde tiempos antiguos, parte de cuyo fragmento también sigue derrumbado donde estaba) mantienen la dignidad que siempre tuvieron. Los templos de Ramsés y de su esposa favorita están perfectamente restaurados, y la orientación solar sigue iluminando en dos fechas determinadas del año (no los equinoccios) el rostro de uno de los cuatro dioses. ¿De cuál…?

15. En las fértiles márgenes del Nilo

Camino de Asuán a Luxor, Egipto – A diferencia del desértico camino de Asuán hacia el sureño Abu Simbel, en que nos acompañó un guardia armado, fue igual de largo pero notablemente más amable y agradable el camino hacia el norte rumbo a Luxor, que tomamos muy temprano para salvar varias horas y aprovechar el día. La carretera transcurre entre feraces zonas llenas de la vida que sólo el agua puede dar. Íbamos viajando con el Nilo en la orilla izquierda y un canal de su misma agua a la derecha, entre pueblos que harían las delicias de cualquier antropólogo o etnólogo. O del viajero observador y fotógrafo que soy.
Los hombres —mayormente musulmanes— se visten con estupenda elegancia, con la sencillez de una especie de bata de cuello a pies y algún atadizo en la cabeza. Las mujeres no se cubren el rostro sino solamente el pelo, vestidas modestamente, sea de negro o de algún color. Las palmeras borrachas de dátiles son bastante diferentes de las que conocemos, como con conjuntos de varios troncos y cada una con un montón de pencas repletas de frutos.
Salvo por los dátiles —ubicua delicia que abunda en una variedad de preparaciones— ese interesantísimo camino me recordó nuestros largos recorridos por el Rajasthán en India, con camellos sirviendo como bestias de tiro, además de burros y mulas, y la gente pacífica bañándose en el canal.
Allá enfrente, en una de las márgenes del río y cerca aún de Asuán (nuestro hotel estaba en una isla) se veía una necrópolis de varios miles de años de edad, colgada del cerro seco y mirando hacia el Nilo. Un paseo bellísimo, de apasionante interés, que nos condujo como en tres horas a la enorme necrópolis llamada Valle de los Reyes, cercana a Luxor.

16. La Faraona

Valle de los Reyes, Luxor, Egipto - No, con eso de faraona no me refiero al apelativo de alguna vedette de moda en los ámbitos usualmente grotescos de la farándula capitalina. En efecto, en Egipto hubo una faraona que tenía un nombre bastante feo (cosa usual en donde cualquier faraón podría llamarse Hotepsekhemwy, Nynetjer, Shepseskaf o Nakhtnebtepnefer Intef) pero ella no se quedaba atrás. Se llamaba Hatshepsut (c. 1508-1458 a.C.), faraona que además se hacía pasar por varón. Resulta que su padre Tutmosis I (otro nombrecito) no tuvo hijos hombres pero quien quisiera ser faraón tendría a fuercitas que tener sangre real, lo cual parece ser que sólo se podría conseguir si la sangre era de varón. No había manera, y la oportunidad de ser faraona era demasiado apetecible como para desperdiciarla. La hipermoderna Cleopatra VII, 1,400 años después, tuvo un nombre bastante más sexy pero para cuando nació, la dinastía faraónica (como decimos los nahuatlacos) hacía mucho que había chupado Faros.
La tal Hatshepsut, hija de Tutmosis I, decidió casarse con su medio hermano, que sería Tutmosis II pero quien nunca reinó porque para eso estaba Hatshepsut. De esa unión nació Tutmosis III, hijo tan malagradecido que destruyó cuanto pudo de su madre (hasta en las mejores familias suceden cosas así), aunque afortunadamente no destruyó lo suficiente. Se agradece que el tal Tutmosis no haya destruido su templo o que haya cubierto con una pared su obelisco en Karnak. Un obelisco es sagrado, y con los dioses no había que meterse; pero lo que sí hizo el rebelde hijo fue tapar con un muro el obelisco de Mamá, con lo cual se conservó en mejor estado: una especie de justicia poética. Otros obeliscos de Karnak están arruinados o en Roma.
Fue el suyo el primer templo en el Valle de los Reyes, lugar elegido para excavar tumbas por la excelente calidad de la piedra caliza disponible en ese lugar muy lejano de la “necrópolis” de Giza. Un templo enorme con columnatas en tres niveles y una rampa a la mitad, con una simetría tan perfecta y armoniosa que prefigura la arquitectura griega pero un milenio antes y de dimensiones colosales. Se conservan hasta los restos de dos árboles traídos de muy lejos, de los cuales hablan las inscripciones. Ver ese monumento, que domina un espacio de varias hectáreas, es una experiencia sobrecogedora (a pesar del calor, que llegó a tocar los 50º).
Fue tan eficaz esa faraona, enriquecedora de su pueblo y promotora del libre comercio, que sigue considerándosela como algo de lo mejor que tuvieron las dinastías egipcias. No compartía esa opinión Tutmosis III, quien no tuvo éxito ni siquiera en deshacer la obra de su madre.
En Tebas, cerca de ese inmenso templo de la faraona subsisten dos colosos verdaderamente colosales. Los llamados colosos de Memnón presidían la tumba del faraón Amenhotep III (1390-1352 a.C.). Cada uno pesa unas 720 toneladas, y fueron transportados 675 km por tierra porque eran demasiado pesados para llevarlos por el Nilo. Así se las gastaba esa gente. Cada coloso de 18 m de altura pesa lo que unos 900 coches.
Eran parte de un monumento funerario que ocupaba 35 hectáreas y ya casi no existe porque le pasó lo mismo que a tantas ruinas más: además del daño de los milenios y de que se inundaba, lo utilizaron como cantera; lo canibalizaron para construir quién sabe que obras mucho menos importantes. Igualito que el Coliseo y los grandes monumentos de Roma, estragados durante siglos: por los bárbaros primero, los medievales después y al final los Barberini, que se cargaron lo que no pudieron acabarse los bárbaros

17. El Valle de los Faraones momificados

Valle de los Reyes, Egipto – Cada faraón, apenas asumía el cargo, tenía un proyecto prioritario y estratégico: construir su tumba y preparar su camino al Duat, ruta que lo habría de trasladar a los espacios inmortales de Osiris. Los monumentos funerarios, a partir de Hatshepsut, los hicieron donde había piedra de buena calidad: en el Valle de los Reyes, por la zona de Luxor. Hicieron de ese sitio una auténtica necrópolis porque allí la calidad de la roca caliza era suficiente para garantizar la permanencia del monumento y la buena conservación de la momia, al excavar en piedra sólida y compacta.
No terminar un monumento funerario era lamentable, pero no impedía la inmortalidad. Horus tenía que identificar una momia intacta, no un monumento bonito. El chiste era que al cabo de 70 días después de muerto —de pura casualidad, el tiempo que la estrella Sirio (Isis) permanecía oculta bajo el horizonte— Horus identificara al faraón debidamente momificado. El monumento podría quedarse inconcluso (los hay en esa condición) pero el meollo de la cuestión era el cuerpo, no el monumento ni las inscripciones jeroglíficas o la decoración o las máscaras funerarias, los catafalcos y las joyas.
En esas verdaderas tumbas se relata el camino del allí enterrado o alguna otra instancia de la vida duradera del faraón, y hay toda clase de figuraciones de lo que encontrará en su ruta hacia el Duat en los cielos estelares para convertirse en una estrella: regresar al reino de Osiris, en Orión. Gente como Hancock dice que nadie de la antigüedad se preparaba tanto para el camino sin regreso, como los antiguos egipcios.
Habíamos visto, asombrados, cómo un gran faraón fue capaz de perforar una montaña completa para hacer no uno sino dos templos, y poner a su puerta su imagen repetida en cuatro colosos. No, no habíamos visto nada. En el Valle de los Reyes, de plano 65 faraones o grandes sacerdotes excavaron una montaña caliza de buena calidad para enterrarse de manera que su momia quedara intacta y al abrigo de daños por robo.
Cada una de las tumbas perforaba la roca y empezaba cada faraón pronto a fabricar su espacio, de modo que generalmente cada hijo de Ra (la calidad de hijo del sol venía ex officio con la chamba de faraón) lograba acabarlo y preparar un catafalco de oro y una máscara que, para Tutankamón, pesa 11 kg y de puede verse en el Museo del Cairo. Y envolviendo todo eso, dos cajas de madera debidamente forradas de lámina de oro. Y una locura de pinturas, estrellas de cinco puntas, dioses, barcas, jeroglíficos, advertencias.
Quien no atendía las admoniciones eran los malquerientes o los increyentes que preferían el oro y les importaba muy poco la suerte del inmortal hijo de Ra. Los faraones se tomaban muy en serio ese peligro y ponían todo tipo de engaños y de barreras, pero nada detiene a un saqueador decidido. Lo de encontrar intacta la tumba de Tutankamón fue casi casi una primicia.
Vaya riqueza para la tumba de un muchacho — Tutankamón— que murió a los 18 años y a quien tocó en suerte ser faraón. Eran gente extraordinariamente megalómana; se parecían al Rey Sol, a Su Alteza Serenísima, al Comandante en Jefe, al Gran Timonel o al Gran Líder Paternal. Nada nuevo hay bajo el ególatra sol. Si la tumba de Tutankamón era así de profusa, ¿cómo habrá sido el saqueado sepulcro de un faraón de verdad como Ramsés II, que vivió 90 años y reinó aún más tiempo que Fidel Castro?

18. Otro gigantesco templo del gigante Ramsés

Luxor, Egipto – En la ciudad de Luxor hay dos grandísimos templos, el de Luxor y el de Karnak. En Luxor aparece un tema querido por el gran Ramsés II: la unidad de. Alto y el Bajo Egipto. En la base de sus estatuas —donde de nuevo aparece la pobre de Nefertari más baja que la pantorrilla derecha de su marido— hay un bellísimo motivo: dos egipcios recogiendo, trenzados, dos frutos. En el Alto Egipto, un loto. Y en el Bajo, una planta de papiro.
Hay también en el templo de Luxor una notable estatua de Ramsés II, una de los retratos más perfectos que habré visto en escultura, ejecutado en granito. Hasta una tenue sonrisa de gobernante apacible (seguro que tan bonachonamente sonriente como Mao frente a la Ciudad Prohibida de Pekín, un retrato excelente de aquél asesino sonriente). Esa estatua de Ramsés II tiene una característica: es matemática, perfectamente simétrica en ambos lados. Imposible suponer que algo de esa calidad y delicadeza sobre un matinal durísimo lo hayan hecho sin herramienta de precisión. Pero los egiptólogos ortodoxos insisten en que la edad del hierro llegó tres siglos después de Ramsés.
Ese templo de Luxor estuvo tan enterrado durante siglos que hasta una mezquita construyeron encima de él sin saber qué había abajo (sigue habiendo culto en ella). La tierra preservó y salvó así la grandiosidad de este templo donde los capiteles de las altísimas columnas imitan al papiro y al loto.
El tal Ramsés no se andaba con pequeñeces, eso queda claro. Fue una de esas grandes muestras de una teoría que aventuro enseguida. Es de mi estricta cosecha personal, por lo que recibiré de buen grado los jitomatazos que me aviente la despistada que me lea:
Las obras artísticas grandiosas (literatura, música, pintura, escultura, etcétera) las hacen personas individuales. Las grandiosas obras grandes y costosas (las arquitectónicas buenas o malas, artísticas o no, duraderas o no) las hace la humanidad con dos motivaciones básicas: las religiosas (el amor a Dios o el miedo a Dios), y el ego de los poderosos.
Las pirámides, los palacios, las iglesias, las catedrales, las torres y edificios, los jardines grandiosos los hace mucha gente pero jamás una colectividad. No es lo mismo una obra hecha cooperativamente, como son todas las grandes obras humanas, que las adjudicadas a una colectividad, masa amorfa a la que se le supone voluntad propia. Las grandiosas obras en cooperación suelen hacerlas monarcas, sean éstos aristócratas o dictadores. Las grandes herencias arquitectónicas de los pueblos son herencia del ego (ejemplo, Versalles) o del amor religioso (como las catedrales medievales, o el templo budista de Yangón, Birmania). No sé dónde poner a las grandes pirámides.
Hace falta anotar aquí una excepción: las obras grandotas —nunca grandiosas— de los dictadores que presumen de “populares”, como los soviéticos, nunca son arte ni gran arquitectura porque necesitan presumir de que hacen edificaciones para el pueblo. Su diseño manifiesta palmariamente la opinión que tienen de su pueblo al hacerle obras chafas, gachas, antiestéticas, mal diseñadas, corrientes, efímeras, imprácticas; y en la primera oportunidad, demolibles.
En Egipto las obras de estilo soviético son visibles en los edificios del Cairo pero no es por ellas que uno viaja para acá sino por maravillas como las de Luxor.
Al frente del templo, y junto a las estatuas del faraón de faraones, se alza un inmenso obelisco de 23 m, homenaje a Ra, el sol. Pero es sólo uno; hay una base vacía donde en un tiempo reciente hubo otro obelisco.
Ah, nada hay nuevo bajo el sol ni bajo Amón Ra: los grandes monarcas y gobernantes, como es su costumbre en todo país y latitud, son los propietarios de los bienes de las naciones que temporalmente gobiernan, y disponen de ellos a su arbitrio. Y en 1831 Mohammed Alí, a la sazón virrey de Egipto, decidió regalar uno de esos monumentos al reino de Francia, ocupado por aquellos entonces por Carlos X. Tardaron varios años los franceses en desmontar, transportar y llevar a París las 227 toneladas de monolítico granito que pesaba el inmenso monumento, y lo ubicaron donde podrían dar mejor uso al sitio donde una generación antes había habido una guillotina que purgó de sangre real a la sangrienta revolufia francesa (antes, en ese mismo sitio había estado una estatua del guillotinado rey Luis XVI). Ese lugar se llama Plaza de la Concordia, y el obelisco de Luxor es el monumento más vistoso de ese bellísima plaza.
En 1836, en agradecimiento a Egipto por tal regalazo, el rey Louis Philippe de Francia regaló al Cairo un reloj público que no funciona y una lámpara que sigue iluminando la mezquita que hizo el regalador Mohammed Alí. Tan regalador que ya en 1819 había decidido regalarle otro a Inglaterra, que está en el Victoria Embankment de Londres.
Volviendo al gran Ramsés II, que nunca se andaba con modestias, frente al templo de Luxor cuya entrada hizo adornar con dos colosos de piedras con su efigie sedente en trono —las de las preciosas bases con alegorías de la unión del loto y el papiro, y los obeliscos— hizo una avenida como de dos kilómetros flanqueada por esfinges, rumbo al inmenso templo de Karnak.
La interpretación de los arqueólogos es que a la fuerza del león se une la inteligencia del hombre, y por eso explican esos seres mitológicos llamados esfinges. Las fabricadas por Ramsés, como de 2 m o algo más cada una, en línea a cada flanco de la larguísima avenida, están perfectamente proporcionadas entre el cuerpo del león y la cabeza humana, a diferencia de la Esfinge, la de las mayúsculas, la de Giza, esa que podría haber tenido cabeza de león. Y algún faraón, probablemente al ver muy dañada la leonina cabeza (peor tantito si estuvo siempre expuesta a los elementos y el maltrato, porque siempre sobresalió a la protectora capa de arena que en largos períodos cubrió al cuerpo del león), hizo reparar la derruida piedra esculpiéndole una cabeza humana, ya con el tocado lateral típico de las dinastías faraónicas.
Volviendo a Luxor, es tan largo el camino de esfinges, en parte aún enterrado, que hay que ir sobre ruedas para visitar Karnak. Lo dicho: esos faraones no eran gente de obras chiquitas.

19. Para agrandar templos se pinta solo Ramsés

Karnak, Egipto – En los templos de Luxor y de Karnak el piso de piedra y mármol manifiesta milenios de desgaste. Hasta las vetas del material han sufrido un roce desigual según la dureza de cada veta, de modo que hay que tener cuidado para no sufrir un tropezón que, en un lugar tan poco higiénico y tan abundoso en detritus fecales como Egipto, si se abriera la piel haría falta tratamiento antitetánico. Viene esto a colación no sólo por la admirable calidad del pavimento marmóreo hecho por los antiguos sino por la manifiesta corrupción del contratista que hace dos años instaló un piso de mármol al acceso de Karnak, ya completamente destruido y lleno de trozos sueltos de material. También hay que tener cuidado al pisar lo recientísimo, caray. Aquél desenigmador que pretendiere elucidar el enigma del deterioro diferencial de los pisos en tres siglos y medio de distancia, iluso y torpe desenigmador será.
Luego de aventurarse al pisar el piso, se llega al templo de Karnak no través de las esfinges sino de otra larga sucesión de animales, 90º a la izquierda de la avenida de esfinges proveniente del templo de Luxor. Parecen esfinges pero son carneros. Protegen entre sus patas y bajo sus cabezas en pequeñas esculturas al ya indispensable y favorito faraón, Ramsés II, quien obviamente amplió y engrandeció este enorme templo.
Al entrar a él se ven dos altísimos frentones, uno más alto que el otro porque el propio Ramsés, adicionador de un templo construido y ampliado por varios faraones antes que él, no logró terminarlo. Vamos, hasta un montón inmenso de adobe se conserva, que servía para construir la parte de arriba de cada uno de los altísimos muros de la entrada.
No es eso lo más importante de Karnak. Vamos, ni los grandiosos carneros o la parcialmente sepultada avenida de esfinges. Lo que más vale la pena son las columnas y los obeliscos, y hasta las sobrevivientes pinturas y jeroglíficos de hace más de 3,000 años. Karnak habla de la grandeza faraónica con más elocuencia que el mismísimo, grandioso templo de Luxor.
Hay en Karnak un verdadero bosque de 134 columnas y varios obeliscos, uno de ellos el más alto del mundo, hecho por la gran Hatshepsut, la que también amplió fuertemente este templo, cuya ara sólo un sumo sacerdote podía tocar. Aquí está también el obelisco censurado por Tutmosis III para atacar a su madre, del que hablaba yo atrás a propósito de la justicia poética. Ya vendría a ampliarlo en definitiva el estupendo Ramsés.
Hasta aquí la parte arqueológica e histórica de nues

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