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CRÓNICAS DE FAMILIA: Las peripecias de Gudberto


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CRÓNICAS DE FAMILIA: Las peripecias de Gudberto
Septiembre 03, 2014 08:54 hrs.
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Javier Martín Miranda/ › todotexcoco.com

Gudberto cumplió en mayo sus 76 primaveras y rehúsa ubicarse en el otoño –quizá más bien en el invierno–, de su vida.
Aquejado durante 18 años por la diabetes, esa enfermedad que devasta cada vez a más mexicanos, Gudberto se define como producto de la cultura del esfuerzo.
Pero de ese esfuerzo que, lamentablemente, muy poco reditúa.
Nació en 1938, el año en que el presidente Lázaro Cárdenas expropió la industria petrolera, entonces en manos de compañías extranjeras.
Lo cita como referente porque una buena parte de su existencia sobrevivió gracias a otro recurso del subsuelo: la minería.
En ese entonces, con una población en el país, eminentemente rural, no había mucha opción para el estudio.
Las escasas escuelas en ese entonces en Pachuca las conocía sólo por fuera.
Jamás ingresó a un aula, como tampoco nunca tuvo de frente, ahí, a un maestro.
Prioridad de su madre, abandonada con cuatro hijos por el marido, era natural que Gudberto, el mayor, aportara desde chiquito a la subsistencia familiar.
Mandados aquí y allá y la consecuente propina de diez centavotes que el chamaco mucho agradecía.
Se acomodó, primero, con los mineros. Les vendía el almuerzo que su madre preparaba y, por supuesto, la cerveza.
Era común que, en día de pago, los trabajadores le patentizaran su generosidad.
Ya de un metro 66 centímetros de estatura y la corpulencia propia de un chamaco habituado a acarrear el agua, Gudberto empezó a trabajar, formalmente, a los 14 años.
A decenas de metros de profundidad, empezó a picar piedra.
Pasaron años y nunca el jefe se dignó subirlo de puesto y, por supuesto, tampoco su magra percepción económica.
A su paso por la industria de la minería, Gudberto supo de infinidad de accidentes, de compañeros que muy jóvenes enfermaban y morían a causa de enfermedades pulmonares.
También de cruentos percances en que los mineros quedaban sepultados en la profundidad de la tierra.
En un derrumbe apenas la libró.
Simplemente jamás quiso regresar.
Un vecino lo convenció de cambiar el pico y la pala por una cámara fotográfica.
“Ni te ensucias, trabajas dos o tres días a la semana, es re fácil y, principalmente, redituable”, le dijo.
Fue una época en que Gudberto hasta se confesaba y estaba en primera fila en la misa del domingo o de entresemana.
Variaba de templo a lo largo de los días de la semana hasta que consiguió hacerse amigo de varios sacerdotes.
Prospero en el negocio. Era muy solicitado para hacer el testimonial fotográfico de bautizos, presentaciones, primeras comuniones, quince años y bodas.
Entonces sí, se convenció de que la escuela podía representarle un medio de bienestar y prosperidad económica.
Gudberto se hizo presente en todos los colegios para hacer fotos de graduaciones y ceremonias del Día de la Madre o cualquier otra conmemoración.
Pasaron años y años y Gudberto siempre rehusó aprender a leer y escribir.
Laboralmente pensó que poco lo necesitaba y, en su casa, pues para eso estaba su esposa, que con el tercer año de primaria la consideraba letrada.
Para suplir las carencias que deja el analfabetismo, Gudberto desarrolló el sentido de la memoria.
Ubicaba dónde estaba cada calle de Pachuca, nombres de fondas, bares, salones de fiesta, mercados, cómo debía estar marcada la pesera o el camión para llegar a su destino.
¡Todo!
Hoy, a sus 76 años, está convencido de que a lo largo de su vida, poco se perdió por no saber leer y escribir.
Ni aun cuando acude a un cine y la película es norteamericana o europea y aparece con subtítulos. Asegura que la disfruta igual que cualquier otro espectador.
Con su esposa, de la que se divorció cuando ya rebasaba los 60 años, procreó tres hijos. Todos hoy son profesionistas.
Ni les pide ni le dan.
Él sigue trabajando y hasta se consiguió novia.
Una chamaca, dice él, de 50 años… con la que disfruta las cosas sencillas de la vida.
¡Acompañarla de vez en cuando al mercado, pasear por el parque y degustar un buen helado y, a veces, invitarla a su casa a escuchar un buen disco o la música del fonógrafo y a bailar, que es una de sus pasiones!
Afirma que, a sus 76 años, aún disfruta haciendo el amor.
Dice que, en esos menesteres, un viagra nunca está de más.
“Aunque no lo necesito, eh”, presume.

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