Con Aguirre y sin Aguirre

En Guerrero, cayó finalmente el gobernador cuya vida política estuvo marcada por las tragedias: hace dos décadas llegó como mandatario sustituto, luego de la matanza de Aguas Blancas, y ahora abandona el cargo a resultas de un hecho peor, tres normalistas muertos y 43 desaparecidos en Iguala, sin que luego de un mes se sepa a ciencia cierta qué pasó con ellos.

Aguirre Rivero tenía razón al preguntarse en los días previos si su salida resolvía algo. Pero su permanencia era insostenible, como insostenible es el escenario político para un Estado que no atina, ya no digamos a hacer justicia plena o a impedir que este tipo de crímenes se cometa, sino elementalmente a establecer con cierto grado de certeza dónde están los desaparecidos, si están vivos o muertos, y en todo caso encontrar sus cuerpos.

Después de Aguirre, la situación es la misma, quebrado el discurso de un México en paz, revivida la cuenta de 25 mil o más desaparecidos en lo que va del siglo, con el sucesivo descubrimiento de fosas cuyos cadáveres nadie sabe de quiénes son, imposibilitada la autoridad para garantizar la seguridad primaria a la población, y recrudecido el vandalismo y el oficio de pirómanos de maestros y aprendices de maestros, ahora bajo la inviolable bandera de victimizados.

Por si fuera poco, y para que Guerrero no se lleve toda la ignominia, la policía de Guanajuato, en pleno Festival Cervantino, ese escaparate de la cultura universal, es ahora acusada de asesinar a golpes a un estudiante jalisciense.

Los hechos concitan la atención de los medios y las instancias políticas del mundo, donde no dan crédito a lo que está ocurriendo, pues pareciera digno de un estado fallido del continente africano, no de un país miembro de la OCDE, socio y vecino de Estados Unidos y Canadá.

Veremos qué pasa en Guerrero, ya sin el lastre de Aguirre.

Lamentablemente, no parece que pasen muchas cosas, ni muy pronto.

El inmenso poder del crimen organizado, y los intereses a él ligados, pesan más que los reclamos de justicia.