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En las Nubes

Vida después de la muerte

Carlos Ravelo Galindo

 Vida después de la muerte
Junio 30, 2019 18:00 hrs.
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Buenas noticias a partir de julio. Esta es una.
’Gracias a las oraciones y buenas vibras de mis amigos y familiares, el aneurisma peligroso ya llego a su tope y los otros tres más pequeños no preocupan por el momento.
Me citaron para nueva tomografía de control hasta dentro de un año.
Me autorizó el neurocirujano, no sólo una a la una; pueden ser hasta dos’.
Y después de conocer, con alegría, el estado de salud de nuestro poeta Octavio García, nos atrevemos a exponer ahora, lo que nos platicó días antes.
Nos dijo, contrito:
La mayoría desearíamos prolongar nuestra existencia más allá de la muerte.
Esta aseveración se la ha hecho el ser humano desde que tuvo consciencia –a diferencia del reino animal- de que su vida tendría un final.
Los fantasmas son parte de esa prolongación de la vida, seres etéreos que se desprenden de un cuerpo que existe en la tercera dimensión para pasar a otra y que, de vez en vez, se hacen ’presentes’ mediante manifestaciones fuera de lo común.
Alberto recuerda su inclusión –como novel reportero- en los disturbios del ’68.
La noche de Tlatelolco le trae fantasmas que han caminado a su lado por casi 40 años.
También los de la matanza del Jueves de Corpus; los de la guerra sucia de Echeverría o los de las guerrillas centroamericanas donde fue levantando los fantasmas de quienes cayeron creyendo en el renacimiento del cristianismo (Teología de la liberación)
La primera manifestación registrada por Alberto, --el otro yo del poeta Octavio García-- sobre la presencia de estos fantasmas la tuvo cuando observó cómo varios libros caían, sin causa aparente, de uno de los estantes de su biblioteca. Minutos después, llegó la noticia de la muerte de la abuela.
La televisión –recién comprada- se apagó de repente.
Al control se le apretaron las teclas; los botones de encendido del aparato y del regulador de voltaje fueron movidos nerviosamente, sin resultados. Instantes más tarde sonó el teléfono y, luego, la noticia desde Saltillo: el fallecimiento de su padre.
¿Cuántas veces, mientras se piensa en una persona ya fallecida, se siente una ligera presión sobre el hombro, como la mano de alguien que avisara: aquí estoy?
San Compadre asegura que los fantasmas son espíritus que quedan atrapados entre este mundo y el cosmos; muchos de ellos convertidos en ’ángeles protectores’ y otros penan por obras que dejaron inconclusas.
Ninguno de esos espíritus va al cielo o al infierno, sencillamente, ’están’ presentes aquí mismo, en una dimensión desconocida. También los hay chocarreros, esto es, que les gusta hacer bromas a costillas de los vivos; o los diabólicos, que aún después de su partida, siguen haciendo el mal.
En las costumbres cristianas se decía que los criminales enterrados sin los símbolos sagrados vagaban por el espacio buscando su descanso y perdón.
En los hospitales de campaña, durante las guerras, o en los actuales de emergencia, es común la presencia de esos fantasmas que vagan en busca de un lugar de reposo.
Alberto, que sufrió quemaduras graves, tuvo que ser hospitalizado y cuenta que, de vez en vez, ’veía’ o imaginaba que ’algo’ se movía a su alrededor.
Desde su cama, ’sentía’ que ’alguien’ se sentaba a su lado. En otro momento, le empujaban los pies para hacerse un hueco y colocarse en ese lugar. Se preguntó si no serían signos de que se acercaba su muerte.
Una enfermera le comentó, con una sonrisa en los labios, que esos eventos eran comunes en los hospitales de traumatología donde muchos morían sin siquiera haber recobrado el conocimiento y seguía su espíritu ahí.
Pienso -decía Ana, que así se llamaba la enfermera- que muchas personas mueren aquí y ni se dan cuenta.
Su ‘espíritu’, ‘alma’ o como se llame, comienza a vagar en busca de su familia, su casa, sus seres queridos, ¿qué sé yo lo que busquen? Añadía.
Luego comentó que era frecuente que las enfermeras se llevaran a su casa a alguno de ’ellos’.
Tal vez -dijo- el vestido blanco les atraiga y ‘piensen’ que podemos reunirlos con su familia o a encontrar su casa. En mi caso –recordaba - frecuentemente tenía visitas.
De pronto, una sombra pasaba por el pasillo o por la cocina, y la familia, acostumbrada a estos hechos, sólo nos mirábamos unos a otros, y los chicos expresaban: ¡ya trajiste a otro invitado!
En una ocasión me llevé a un niño que se sentaba en la cama de mis hijos; ellos lo veían y llegaban a platicar con él.
Recordó que en ocasiones, desde la jefatura de enfermeras, saliendo a la medianoche para hacer su rondín por los pabellones del hospital se podían apreciar a muchas, muchas personas vestidas de blanco, ’flotando’, con sus rostros difusos, preocupados, en busca de algo o a alguien.
Brillaban y daba ternura sentir su tristeza sabiendo--dejamos su gerundio don Octavio García-- que vagarían así sin encontrar a un conocido que les diera el adiós.
Tal vez esperaban que se les dijera la verdad: ’vete, tú ya estás muerto’.
Varias de las enfermeras sabían de estos fantasmas en los pasillos del hospital, pero la mayoría se reservaba el comentario sobre sus visiones.
Alberto recuerda su inclusión –como novel reportero- en los disturbios del ’68.
craveloygalindo@gmail.com

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