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Presente lo tengo yo

Un poema al ajedrez

Armando Fuentes Aguirre ’Catón’

Un poema al ajedrez
Septiembre 10, 2020 22:12 hrs.
Periodismo ›
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El famosísimo ’Nocturno’ cuyo nombre se completa, después de una coma, con la dedicatoria ’a Rosario’, de Manuel Acuña, ha sido objeto de muchas imitaciones divertidas. Aquí mismo he puesto alguna de ellas. No sabía yo, empero, que hubiera una parodia del ’Nocturno’ hecha por un ajedrecista. La escribió el físico Marcelo del Castillo, practicante del juego ciencia y maestro de la UNAM. De su idea y de su texto surge esta parodia ajedrecística:

¡Ajedrez! Necesito decirte que te adoro,

decir que te practico con todo el corazón;

que es mucho lo que pierdo, que es mucho lo que lloro,

que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro

se me va la esperanza de ser un día campeón.



Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días

estoy enfermo y pálido por no poder vencer;

que ya se han muerto todas las esperanzas mías

que todas mis partidas se vuelven tan sombrías

que con ningún gambito me puedo defender.



De noche cuando pongo mis sienes en la almohada

y otra vez considero por qué volví a perder,

repaso mi apertura, recuerdo tal jugada,

pero al final las piezas se pierden en la nada

y aquel terrible mate se vuelve a aparecer.



¡Qué hermoso hubiera sido ganar esa partida,

y no haber cometido aquel funesto error!

Plantear otra apertura; jugar con más cuidado;

no perder esa torre; haber peón coronado,

y no arriesgar la reina igual que un perdedor.



Ésa era mi esperanza, mas ya que a sus fulgores

se opone lo difícil que es el ajedrez

¡adiós por la vez última!, partidas, emociones,

damas, reyes, caballos, alfiles, torres, peones,

adiós tablero amado, ¡no te veré otra vez!

Curiosidad extraña es que a un hombre de ajedrez como el maestro Del Castillo se le haya ocurrido tomar el poema del infortunado saltillense para impetrar al ajedrez y reclamarle que no le conceda sus favores. A muy pocos se los concede, es la verdad. Y aun a muchos de sus favorecidos el endiablado juego los enloquece o lleva a insólitas extravagancias. La diosa Caissa, divinidad protectora de los ajedrecistas según el poema medieval ’Scacchia Ludus’, es tan ineficiente como fueron los ángeles guardianes de los Kennedy, y deja que el juego trastorne a sus seguidores y los haga perder el seso (a algunos los hace perder también el sexo).

Por eso quizá decía Steinitz que al ajedrez debe el hombre acercarse como a la mujer: con mucho cuidado. Tenía razón.

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