El sueño de cualquier partido en el poder es tener el control del poder legislativo, con suficiente número de diputados y senadores para poder modificar la Constitución, sin depender de la oposición.

Por décadas el PRI vivió ese escenario, reformaba la Constitución las veces que fuera necesario, como quería el presidente en turno. Y en muchas ocasiones, el grupo mayoritario aprobó iniciativas del Ejecutivo sin cambiarle ninguna coma.

Los argumentos de la oposición eran ignorados. Para nada se les tomaba en cuenta cuando representaban una minoría raquítica. Tampoco prosperaban sus protestas, ni salidas del salón de sesiones ni tomas de tribuna. No faltaban los esquiroles que a cambio de beneficios económicos se sumaban al voto mayoritario, para darle pluralidad a la aprobación.

Y si el disidente llegaba a ser oficialista, significaba el final de su carrera política. Salvo excepciones. Una de ellas fue Ifigenia Martínez, quien en el periodo de José López Portillo votó en contra de iniciativa presidencial en materia agrícola. Solo ella, así que de cualquier manera se impuso la bancada tricolor. El presidente respetaba la inteligencia de la maestra y no emprendió ninguna acción para bloquear su carrera.

Cuando floreció el equilibro de fuerzas en el recinto parlamentario, los contrapesos, entonces se volvió clave que el grupo mayoritario fuera coordinado por hábil negociador y que la contraparte tuviera también un líder que no se caracterizara por la cerrazón.

Fernando Ortiz Arana fue uno de esos personajes. No dudó en ir hasta la oficina de la perredista Rosa Albina Garavito para buscar el acuerdo. La diputada parecía que no transigiría en nada.

Otro experimentado negociador ha sido Manlio Fabio Beltrones. El presidente Felipe Calderón prefería ponerse de acuerdo de manera directa con el senador sonorense y no utilizar como mediador al coordinador de la bancada panista Santiago Creel.

Manlio regresará al Senado en la próxima legislatura. Probablemente no sea el coordinador de su bancada, porque iría por delante el impetuoso y controvertido Alejandro Moreno. Ambos, de distintas maneras, han celebrado acuerdos con el partido en el poder. ’Alito’, cuando ya estaba hecha la tríada opositora votó con Morena para justificar la presencia militar en la calle.

En este contexto, que nadie descarte el avance de la veintena de iniciativas que ha propuesto el presidente Andrés Manuel López Obrador. Su partido no tiene la mayoría calificada para aprobar reformas constitucionales en esta legislatura. Podría alcanzarla en las elecciones de junio o ponerse de acuerdo con negociadores de la oposición que llegarán al poder legislativo.

Es difícil, no imposible, que gane esa mayoría calificada. Lo más probable es que pueda conciliar en la siguiente legislatura con perfiles como el de Beltrones, cuando se trate de iniciativas que beneficien al país y a los mexicanos.

La posición de la bancada panista es diferente. Siempre ha sido reacia a ponerse de acuerdo con la izquierda. Cuando vio que un personaje como Cuauhtémoc Cárdenas podría llegar a la presidencia, le cerró el paso y se puso de acuerdo con Carlos Salinas en 1988.

Ha sido la bancada más dura ante la Cuarta Transformación y no hay visos de que vaya a modificar su posición.

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