Norma L. Vázquez Alanís | diarioalmomento.com

Del catre al castillo

Los sueños de un príncipe

Norma L. Vázquez Alanís

Los sueños de un príncipe
Junio 03, 2014 12:45 hrs.
Cultura ›
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El príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo quería cierto tipo de integración nacional cuando estuvo en México, pero no fue comprendido; antes de su llegada ya tenía un proyecto al respecto, pero no correspondía a la realidad ni del país ni de su capital, dijo en una charla la historiadora y periodista Ángeles González Gamio.

En una conferencia dentro del ciclo ‘Esplendor y ocaso del segundo imperio mexicano’, detalló el recorrido que hicieron los efímeros emperadores por la capital hasta Palacio Nacional cuando llegaron, y presentó un panorama de la ciudad en aquella época además de un recuento de las medidas que tomó Maximiliano para el mejoramiento urbano.

Cuando hace 150 años Maximiliano y Carlota entraron a la ciudad de México, ésta se encontraba engalanada para recibirlos y todos los monumentos habían sido decorados con flores, pero también existían destrozos debidos a la Guerra de Reforma y los conventos ya estaban fraccionados en predios, indicó.

El convento de Santo Domingo, por ejemplo, fue partido con la calle Leandro Valle, que no va ni llega a ningún lado, comentó la también cronista del Centro Histórico.

Al exponer el tema titulado ‘la ciudad de México en tiempos de Maximiliano’, la historiadora señaló que al arribar al corazón del país, la pareja inició su ruta por la hoy llamada avenida Hidalgo, donde pudieron contemplar un acueducto que luego fue destruido.

También pasaron por la calzada Tacuba o Tlacopan, la misma por donde habían salido huyendo los españoles; luego tomaron la calzada San Andrés en la que entonces estaba el hospital del mismo nombre, habilitado en una casa de ejercicios construida por los jesuitas en 1751 y que quedó abandonada cuando los desterraron de España y de sus colonias.

Por cierto, comentó González Gamio, en dicho hospital fue embalsamado el cuerpo de Maximiliano para ser enviado a Europa; “ahí Benito Juárez le dio su criticadita cuando estaba en la plancha”, pues el cadáver estaba muy maltrecho porque le hicieron un pésimo trabajo de embalsamamiento.

El trayecto siguió por avenida Madero hasta llegar a Palacio Nacional; por la tarde la pareja fue a Bucareli, que era el lugar donde paseaba entonces la gente “bien” al caer la tarde. A ese sector de la población le gustaba mucho ir al teatro y el más pomposo de esos tiempos era el Teatro Nacional, que más tarde Maximiliano bautizaría como “Imperial”.

En 1864 el Palacio Nacional, sede representativa del poder político que antes había sido la casa del emperador Moctezuma, de los virreyes y los presidentes, se hallaba en un estado deplorable como consecuencia de los conflictivos años que siguieron a la Independencia y que sólo habían permitido un precario mantenimiento, explicó González Gamio.

De tal suerte que las instalaciones del inmueble estaban en condiciones muy distintas a las que Maximiliano y Carlota estaban acostumbrados y por ello los conservadores que lo trajeron a México le sugirieron alojarse de manera provisional en la Villa de Buenavista -hoy Museo de San Carlos-, hermoso palacio construido por el arquitecto Manuel Tolsá en la calzada Tlacopan, pero él se negó pues, sabiendo del simbolismo político e histórico del Palacio Nacional, era esencial establecerse ahí aunque no hubiera muebles adecuados y estaba infestado de pulgas.

Maximiliano de Habsburgo no se quejó tanto de la disposición de las habitaciones ni del mobiliario -dormía en un catre de tijera- sino del ruido que desde temprana hora se producía en los alrededores.

En el corto tiempo que la pareja vivió en ese lugar antes de mudarse al Castillo de Chapultepec, el emperador solicitó cambiar su catre de campaña a distintos sitios del edificio sin que lograra encontrar alguno que fuera conveniente a su costumbre de acostarse temprano y levantarse a las cuatro de la mañana.

Hay que recordar que los ricos de aquella época huían del ruido del centro de la ciudad y tenían sus casas de campo en Tacubaya o Tlalpan, dijo González Gamio.

Entre los proyectos arquitectónicos y urbanos de Maximiliano, estaba la remodelación de la plaza central cuyo elemento principal lo constituiría una columna monumental retomada del diseño original que el arquitecto Lorenzo de la Hidalga hizo para Antonio López de Santa Anna, si bien con algunas modificaciones.

La columna estaría rodeada de esculturas de los héroes de la Independencia, coronada con una gran victoria alada y como remate un águila imperial rompiendo una cadena y remontando el vuelo; el mensaje de ese escudo sería “libertad en justicia”, pero ese trabajo quedó inconcluso.

Otras obras de trascendencia que si se terminaron y han perdurado, están en el Palacio Nacional, o Imperial como se le denominó durante esa etapa, que además sufrió varias transformaciones.

El emperador dispuso que todos los salones que estaban alineados con la fachada se convirtieran en uno solo que se llamó De Embajadores, porque fue destinado a las recepciones de los plenipotenciarios extranjeros, los grandes bailes y las fiestas de la corte.

Además mandó quitar el cielo raso de los techos y ordenó que se barnizaran y doraran las vigas; también hizo que se descubriera la hermosa piedra labrada con que están construidos las columnas y los arcos del gran patio central.

Y pidió a los artistas de la Academia de San Carlos que pintaran una serie de retratos con el propósito de decorar los salones del Palacio Nacional. Esos oleos -muchos de ellos de grandes dimensiones- incluían a Agustín de Iturbide, personajes de la rama dinástica de los Habsburgo y varios retratos suyos y de su esposa Carlota, algunos de los cuales son de excelente factura.

La cronista e historiadora narró que la llamada escalera de la emperatriz, que está pasando el salón de la Tesorería y es una obra vanguardista para aquella época, fue construida por los hermanos Agea, quienes utilizaron un sistema conocido como ‘trabacorte’ que consiste en empotrar los escalones al muro por un extremo, mientras que el otro se apoya libremente en el siguiente, lo cual da el efecto de que la escalera está suspendida.

Cuentan las crónicas, relató González Gamio, que al verla por vez primera Carlota sintió temor de bajar por ella pensando que se desplomaría, por lo que, para tranquilizarla, los hermanos Agea hicieron bajar un batallón de infantería mientras ellos permanecían debajo con miembros de su familia.

Posteriormente Maximiliano y Carlota decidieron fijar su residencia en el Castillo de Chapultepec, tanto por su espléndida vista del valle de México como por estar alejado del ruido del centro de la ciudad. La pareja mandó traer de Europa muebles y enseres para la decoración de su nuevo hogar, en cuya azotea se creó un jardín.

Para comunicar el Castillo de Chapultepec con el centro de la ciudad, el huésped de ese inmueble ordenó la construcción de un bulevar al estilo de los parisinos y lo bautizó como Paseo de la Emperatriz en honor a Carlota y que hoy es el Paseo de la Reforma.

Maximiliano también tuvo la inquietud de establecer museos en México y dispuso crear el Museo Nacional junto al Palacio, en el edificio que había albergado la Casa de Moneda; en ese recinto colocó todas las piezas que estaban arrumbadas en el patio de la Universidad Nacional y además donó parte de su colección de arte. Con ello sentó las bases para los actuales museos Nacional de Historia, de San Carlos, de Chapultepec, del Chopo, etcétera.

En opinión de la cronista e historiadora, Maximiliano trató de ponerse un alma mexicana y se veía a sí mismo como una figura de liberación. Tan fue así, que abolió el trabajo infantil, canceló deudas de los campesinos, restauró la propiedad común y apoyó las Leyes de Reforma al promover que los sacerdotes no cobraran por sus servicios. Esta actitud decepcionó a los conservadores que le habían traído y apoyado, así como a los franceses que vieron perdido su intento de gobernar a México.

Para redondear la plática, González Gamio precisó que en esa época la ciudad de México tenía como límites el hoy llamado Eje Central al poniente y las calles Perú (N), Izazaga (S) y Circunvalación (E).

A la llegada de Maximiliano la urbe empezaba a crecer con la colonia Juárez, que entonces era la colonia francesa, y la con Tabacalera, la cual tenía el propósito de que los maestros de la Academia de San Carlos construyeran ahí sus casas para estar cerca de la escuela, pero en eso no hubo éxito.

Pero “no fue una buena idea traer a un gobernante extranjero”, concluyó la periodista e historiadora Ángeles González Gamio, quien reunió a gran público en el Centro de Estudios de Historia de México Carso de la Fundación Carlos Slim, organizador del ciclo de 17 conferencias que concluirá el 16 de junio con la exposición del historiador Luis Reed sobre los generales olvidados de Maximiliano.

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