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’Catón’

Huelga de hombres

Armando Fuentes Aguirre ’Catón’

Huelga de hombres
Abril 16, 2020 22:14 hrs.
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Años: los cuarentas del pasado siglo. Personaje: Jorge Negrete, llamado El Charro Cantor. Estaba en el apogeo de su fama. Sus películas se exhibían en todo el mundo de habla hispana, y harían de él una leyenda que dura todavía. La primera vez que fui a España, hace ya muchos años, cuando decía: ’Soy mexicano’, 9 de cada 10 españoles respondían: ’Ah, sí. Jorge Negrete’. Y 10 de cada 10 españolas.

Jorge Negrete, no necesito decirlo, era muy guapo. Se dejaba un mechón sobre la frente que hacía estremecer a las mujeres. Su voz era siempre recia y varonil: cuando cantaba era Jorge Negrete, y cuando hablaba también.

Alto y gallardo, el famoso artista era lo que se dice un figurín. Lo mismo lucía bien el traje charro que el smoking. En una de sus películas menos recordadas pero más hermosas, ’Teatro Apolo’, luce trajes regionales españoles, y aparece también vestido de frac en un baile de gala. Con todos esos atuendos se veía bien.

Sucedió que Jorge Negrete fue a actuar en Venezuela. Llegó a Caracas por tren. En la estación del ferrocarril se agolpó una multitud de mujeres, desde adolescentes escolares hasta ancianitas venerables que querían ver en persona, aunque fuera de lejos, al legendario charro. Miles y miles de mujeres: casadas y solteras; divorciadas -las pocas que había entonces- y viudas, todas lo dejaron todo para ir a conocer a Jorge. Así le decían sencillamente: Jorge. Las secretarias no fueron a la oficina; las dependientas faltaron a la tienda; las criaditas dejaron de asistir al trabajo; y las amas de casa salieron de ella corriendo, sin siquiera preparar la comida.

Llegó el tren y apareció Negrete en la escalerilla del vagón. Aquello fue la locura: las caraqueñas se adelantaron ese día a los desmayos y soponcios que al paso de los años provocaría entre las adolescentes Elvis Presley. Lloraban unas al ver a su ídolo; gritaban otras; rodaron por tierra muchas. Todas, dijo un periódico, fueron víctimas de ’la neurastenia’, palabra que estaba muy de moda en aquel tiempo.

Jorge no decía nada, ni hacía nada. Sonreía nada más, y paseaba la mirada de macho dominante sobre ese inmenso harén que se le rendía. Acabado ese mágico momento –fue un momento nada más- regresaron las mujeres a sus casas. Tampoco dijeron nada. Pero esa noche las casadas solicitaron en el lecho a sus maridos, que se extrañaron por aquella inusitada solicitación, y que más se sorprendieron al ver la fogosidad y voluptuosidad que esa noche mostraron sus esposas, tan católicas siempre, tan frías por lo general ahí en la cama. No sabían –los hombres nunca sabemos- que ellas estaban pensando en Jorge, y que esos arrebatos de pasión eran en verdad para él. En las esquinas y balcones las modosas novias accedieron por primera vez al beso, y sus galanes se sintieron en la cumbre de la felicidad por aquel permiso inesperado. Tampoco era para ellos aquel beso: era para Jorge.

Transcurrieron varios días. Jorge Negrete era la locura de las mujeres en Caracas. Todas hablaban de él; se hacían lenguas sobre sus prendas de varón; arruinaban el presupuesto familiar para pagar el boleto de entrada al teatro donde actuaba, y le exigían al esposo, o al papá que comprara -ya- el radio para oírlo. Y entonces sucedió lo que nadie jamás pensó que podía suceder. (Continuará).

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