Lilia Cisneros Luján | diarioalmomento.com

El Amor


Cambiar el coche, todo ello para demostrar nuestro amor, a la pareja

El Amor
Febrero 10, 2015 06:19 hrs.
Periodismo ›
Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Una colorada (vale más que cien descoloridas) En tiempo de profundas contradicciones donde los medios por igual y con la misma cara de, yo estoy aquí para actualizarte o amedrentarte[1], empiezan una campaña global acerca del amor, es pertinente revisar que significa realmente amar.
En dicha publicidad somos invitados, por no decir manipulados para gastar: adquirir chocolates, bombones, flores, cenas con velas, paseos a playas paradisíacas incluso a cambiar el coche, todo ello para demostrar nuestro amor, a la pareja[2] -novia, esposa, amiga con derechos en turno, lo que antes se llamaba “segundo frente”- compañeros de clase o trabajo a propósito de la globalización de dicha festividad dedicada al recuerdo -desde el siglo XIV en los países anglo sajones- de San Valentín.
Aun cuando no hay una versión unificada se reconoce a un sacerdote de este nombre que a inicio de la era cristiana osó oponerse al emperador romano Claudio II, quien prohibió los matrimonios entre jóvenes a partir de la necesidad de ellos para la guerra.
Como todo mito también se habla de una estratagema de la iglesia católica para borrar de la mente social politeísta del imperio romano de occidente la celebración de la lupercalia, festividad greco-romana dedicada a cupido[3]. Sea cual fuere el origen, el 14 de febrero, parece estar siempre vinculado con el amor pero ¿Qué es el amor? Las definiciones son vastas y tratadas de diferente manera por especialistas de las emociones, lo erótico, lo científico, lo social, lo artístico, filosófico y hasta lo espiritual.
Parece haber coincidencia en el hecho de que el amor, implica una cierta forma de afinidad que supone por igual asexualidad –el amor platónico, el gusto perenne por alguna expresión artística o la evolución del primitivo instinto de supervivencia que hace a algunos grupos a reverenciar sus símbolos bélicos o nacionalistas- que sentimientos vinculados con la empatía, el apego y afecto de donde pueden expresar actitudes, emociones o experiencias que van desde la compasión por el otro; pasando por el afecto y la bondad hasta llegar a extremos eróticos de toda clase.
Pero más allá del amor pasional y el deseo de intimidad del llamado amor erótico, a lo largo de la historia ha prevalecido la devoción y unidad del considerado amor religioso, que quizá con más fuerza que sus otras manifestaciones llega a ser irresistible y fuente de muchas creaciones pictóricas, musicales y videográficas pero; por eso mismo si no hay aproximaciones integrales a éste tipo de amor, las posibilidades de control y manipulación de los creyentes se dan con mayores riesgos.
Prácticamente todas las religiones hablan del amor, aunque es la cristiana –en todas sus variables- la que convierte a éste en el centro de todo. No sólo por ser una característica divina que el creador ofreció a sus creaturas como una semejanza más, sino porque en realidad, el amor no se considera objeto sino sujeto. La fuente de esta aseveración es la Biblia que en su contexto, además del muy conocido capítulo de la carta de Pablo a los Corintios[4], nos deja declaraciones por demás osadas como la contenida en el evangelio de Juan –el amor verdadero no es que nosotros amemos a Dios, sino que él nos ama a nosotros a grado tal que envió a su único hijo para salvarnos- y que El mismo es amor, pues tiene la capacidad de amar hasta las últimas consecuencias como sería la muerte.
En pleno sigo XXI, cuando hablar de estos temas se considera fanatismo, retrazo intelectual o inmadurez emocional, la humanidad agobiada por diversos excesos de conducta, elude el tema por el temor de enfrentar a un Dios anticuado, senil, aguafiestas y enojón. Y bueno otra de la características de Dios es la justicia y, por más que se quiera eludir, la sentencia que nos persigue desde el inicio de la creación misma es que “la paga del pecado es muerte” quizá por ello le tememos a la muerte de la misma manera que le damos la vuelta a la justicia; pero podemos experimentar la abundancia del amor de Dios, en un sin fin de expresiones que no requieren de una estampa, ni una tarjeta de corazones, ni una caja de chocolates o un globo decorado para este mes del amor y la amistad.
Quizá crecimos en familias en extremo victorianas, poco expresivas y sin sentimientos agradables y dulces y aun peor tal vez fuimos víctimas de líderes “religiosos” que en aras del amor nos dañaron; pero El –no los humanos que dicen representarlo- nos ofrece una relación donde nos sintamos seguros y confiados. Una expresión benéfica y no en nuestro perjuicio, porque el amor verdadero desecha el temor y nos permite caminar en libertad plena. Aun cuando hayamos hecho votos de fidelidad en la duras y en las maduras, el amor humano imperfecto como es, un buen número de veces olvida lo expresado en un templo; en cambio el amor de Dios es sin reservas, todo lo puede, todo lo perdona y en la libertad que entraña nos permite recibir y dar, más allá de la violencia física o emocional que en algún momento nos haya victimizado.
Si sobrepasamos las malas experiencias de esta vida y nos atrevemos a probar el verdadero amor no hará falta que uses el producto de tu trabajo para comprar –flores caras, chocolates a punto de caducar o cuartos de hotel con sobreprecio- aun cuando no quieras o no puedas hacerlo. Sí existe el verdadero amor, más allá de santos, tarjetas y comercio transnacional. Quienes lo han conocido lo siguen compartiendo aun después de su muerte física.[5]


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[1] Se nos informa de los muertos, los secuestrados, los violado cada hora, en todas las latitudes del planeta
[2]Igual para el género masculino aunque se supone que son ellos los que regalan a ellas.
[3]Eros, hijo de Afrodita en su equivalente griego o Venus según la mitología romana, era un Dios pagano con una imagen aniñada casi infantil que representaba el amor irreflexivo de la atracción. Las leyendas describen que era un Dios caprichoso entretenido en lanzar a hombres y mujeres sus flechas para satisfacer sus perversas necesidades de diversión, y así controlar a las personas dominando sus pasiones e instintos básicos.
[4] Primer carta en su capítulo 13
[5] El progreso del peregrino (en inglés, The Pilgrim's Progress) novela alegórica Jhon Bunyan. 1678. Traducida a cien idiomas.

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