Armando Fuentes Aguirre | guerrerohabla.com

’Catón’

Comprar amores

Armando Fuentes Aguirre

Comprar amores
Mayo 31, 2019 20:58 hrs.
Periodismo ›
Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

Don Santos García se dedicaba a comprar y vender puercos. Puercos, dije. Y no pido perdón como hacía Sancho -el del Quijote- cada vez que pronunciaba esa palabra. Puercos se llaman esos animales, y ningún caso tiene disfrazar el vocablo con algún eufemismo a la manera de aquel por el cual al cerdo se le llamaba ’el de la vista baja’. Otros nombres pueden usarse, sí, para citarlo, como se hace en el antiguo refrán que dice: ’Cuatro comidas tiene el poblano: cerdo, cochino, puerco y marrano’; pero puercos se llaman esos animales, y no hay de otra.

Compraba y vendía puercos, pues, Santos García. Empezaba muy de mañana su jornada. Tenía una troquita vieja. En ella iba rancho por rancho comprando los marranos que le querían vender. Con ellos tornaba al caer la tarde, y los carniceros le pagaban buenos centavos por los chanchos. Esa era la vida de don Santos García.

Conocía bien su oficio este señor. Nomás con ver un cochino sabía aproximadamente lo que pesaba; cuántos kilos daría de manteca y cuántos de carne. Completaba ese examen de ojos con otro manual que consistía en palpar al marrano. Entonces ya no tenía dudas, y podía decir el peso del animal con precisión mayor que la de una romana no arreglada.

Cierto día pasó don Santos por un ranchito en donde nada más había un jacal. La choza era habitada por una señora, viuda ella, que se ayudaba a vivir con una vaquita, una docena de gallinas y seis o siete cóconos. Tenía además la dicha señora un cochino que campeaba por sus fueros en una pocilga hecha de palos, láminas y tablas.

Vio aquel cochino don Santos García y le gustó bastante. El puerco -de color negro, por más señas- se miraba sano y robusto. Detuvo, pues, su troquita el comprador y se acercó al jacal. Muy atareada andaba la señora dándoles de comer a sus gallinas.

-Ave María Purísima -saludó el visitante.

-Sin pecado original concebida -respondió, como era de uso, la mujer.

-Ta güeno el marranito -dijo don Santos para tantear el terreno.

-Favor que le hace -contestó la señora-, y a su dueña que lo ha criado.

-Y ¿se vende? -preguntó García.

-Pos ai’stá.

Sabia respuesta que a nada comprometía.

-¿Puedo ver? -pidió don Santos.

-Y agarrar también, si del marrano se habla -respondió la señora sin mirarlo y sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.

Se metió don Santos al chiquero y haciendo caso omiso de los chillidos del marrano lo palpó a su gusto. Bueno estaba el puerquito, ciertamente, muy bien forrado de manteca, ’qu’es lo prencipal’, solía decir don Santos.

-Y ¿a cómo lo vende?

-Usté diga.

-No, oiga. Yo no puedo ponerle precio a lo ajeno. Pida usté.

-Pos el marranito vale 30 pesos.

¡30 pesos! pensó para sí don Santos. Ni de chiste. Un animal así, y hasta mejor, costaba a lo mucho 12.

-Carillo está -sentenció.

-Pos eso vale -repitió la mujer.

-Oiga -quiso saber don Santos-. ¿Y por qué tan caro?

Razonó la señora:

-Es que a ese marranito yo lo quiero mucho.

Entonces don Santos pronunció una frase que todos los comerciantes deberían saber para usarla en casos semejantes. Muy serio dijo estas palabras, merecedoras de ser inscritas en eterno mármol o fundidas en bronce duradero:

-Señora: compro marrano, no querencia.

Ver más


Escríbe al autor

Escribe un comentario directo al autor

Comprar amores

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.