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Barcelona, la de la Sagrada Familia


Notitas desde el Mediterráneo y anexas

Barcelona, la de la Sagrada Familia
Junio 05, 2014 17:43 hrs.
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1. Barcelona, la de la Sagrada Familia

Para Jordi, taxista de oficio

Barcelona, España – Comenzamos un viaje por varios países y ciudades que rodean el Mare Nostrum, ese gran cuerpo de agua rodeado de tierra, que no otra cosa quiere decir Mediterráneo. Lo llamaban así los romanos, porque era éste su mar (y no sólo era suyo ese mar; lo era casi toda la tierra). Y el mar fue suyo una vez que se apoderaron de su Némesis, su archienemiga, la poderosísima Cartago.

Como se me ha hecho costumbre, redactaré algunas notitas de recuerdo de este viaje, que hago porque mi memoria es todo menos buena, y sólo así puedo aprovechar más cabalmente el esfuerzo de hacer un largo viaje a regiones muy lejanas. Y si pongo este recuerdo personal y familiar a disposición del despistado al que se le ocurra leerlo, lo hago porque al poner un escrito a disposición pública, por elemental respeto a mi improbable lectora me obligo a mejorarle un poco la calidad. Viajaremos también a Egipto, Túnez, Petra y los emiratos, para terminar en nuestra querida Santander.

Nuestra escala inicial fue el aeropuerto de Barajas, recién nombrado Adolfo Suárez en memoria de ese gran héroe político de la más civilizada transición de los tiempos modernos. Y en Barajas, algo notable para este viajero recién llegado de la Florida fue reencontrar mujeres elegantes, esbeltas, cuidadas, bien vestidas, no gordas ni en jeans rotos, ni calzadas con tenis o chanclas. Y muchos menos, obesas. Claro que en un aeropuerto hay de todo pero en España hay mujeres y hombres que aún tienen aprecio por el decoro vestuario.

Fue simplemente una estación de llegada al continente europeo antes de regresar yo a España luego de 13 años de ausencia, y tras 40 de no ver la incomparable, bellísima, moderna y vieja, señera y cosmopolita Barcelona, tierra de la más original arquitectura.

Ayuda fuertemente al viajero transatlántico un fajazo de melatonina, esa sustancia que produce naturalmente el cuerpo y que nos hace sentir sueño. Se atenúan con sueño forzado los efectos del demoníaco cambio de horas: cuando para nosotros era hora de dormir, sirven en el avión una especie de desayuno. (Hace décadas Iberia tenía una efectivísima frase publicitaria que comprobaba el pasajero: “Sólo el avión recibe más atenciones que usted”. Las azafatas se vestían mucho mejor que una especie de overol azul marino y la comida no era francamente mala. Hicieron bien en suprimir una propaganda que hoy sería una mentira.)

En mi anterior entrega, escrita desde la Florida, hablaba de la pertinencia y calidad de las señales de tránsito, las calles y las banquetas a comparación de lo que padecemos en México. Toda comparación urbana en Estados Unidos y la Delegación Miguel Hidalgo cae por su propio peso, pero el observador urbano que soy siente siempre lo mismo desde España. La calidad de los servicios viales españoles es, con mucho, la mejor de todos los países que conozco. Estados Unidos resulta correlato del DF si se compara con España.

No se quién sea el genio benefactor del viajero inventó los turibuses, que ya hasta en México hay. Con un boleto se hace un paseo que permite tomar en tres rutas el pulso a una ciudad, conocer sus principales rumbos y monumentos, apearse, luego de las visitas embarcarse de nuevo, y usar el autobús de dos pisos como transporte de ida y vuelta. Cuando sólo se están dos días en una ciudad, el turibús resulta baratísimo, práctico y agradable. Gracias a él pudimos ver como nunca antes la grandiosa capital catalana.

Poco tengo de cercanía con Cataluña y detesto sus pulsiones independentistas (entre otras cosas por eso no soy partidario del Barça), pero tengo enorme simpatía por Joan Manuel el único, el que le canta al Mediterráneo y a la niñez que sigue jugando en sus playas y que pide ser enterrado sin duelo en la ladera de un monte más alto que el horizonte, cerca del mar, pues nació en el Mediterráneo. Y luego canta en catalán su Plany al mar, donde se conduele por el mar que muere, asesinado por el hombre. Y que si muere, moriremos todos, claro. Paraules d'amor senzilles i tendres, siempre canta el gran Serrat.

Pensaba encontrar catalanes sangrones negándose a hablar en español, como en otros tiempos; pero no los vi. Claro que cuelgan de ventanas y balcones banderas separatistas, bastante feas, como mala copia de la bandera de Puerto Rico: estrella azul en un triángulo con franjas horizontales rojas y amarillas. Y habrá ultramontanos pero todo fue amabilidad, decencia, cercanía, civilidad y paz.

Muy bien lo comprendí gracias a un taxista para quien el recalcitrante que exige sólo el catalán está siendo impositivo e intolerante al estilo Franco. Y qué conversación, vaya dignidad de un hombre de trabajo como no había oído a un taxista, o difícilmente a cualquier mexicano. Jordi se llama ese trabajador del volante que rezuma dignidad por todos los frentes, hijo de obreros y trabajador libre, y a quien quizá nunca vuelva a ver, pero a quien dedico este escrito sobre su ciudad natal.

Barcelona es también tierra de poetas grandísimos (me aleja de ellos el idioma) pero sí entiendo el lenguaje del arte y la arquitectura, que no se acaba con el modernismo decimonónico ni con el modernísimo valenciano Santiago Calatrava, ni con el enorme Antoni Gaudí, del que sólo por ver una obra de este vale la pena el viaje.

Me refiero a la Sagrada Familia, que luego de un siglo quizá sea imposible de terminar y que ya se puede visitar por dentro. Lo digo sin ambages: es el espacio interior más bonito y original que recuerde haber visto en toda mi vida. No el más rico o grande o abigarrado pero tiene una rara mezcla de grandiosidad y sencillez, color y luz, majestad y elegancia. Compite en la memoria de mis impresiones con la Catedral de Chartres, la Catedral de Sal de Zipaquirá, el Mausoleo di Costanza en Roma, Santa Maria in Trastevere. En fin.

Luego de esta brevísima visita, sólo espero —con Jordi— que una Cataluña grande y libre siga formando parte de la sagrada familia que es patrimonio de todos sus hijos y hasta de nosotros sus nietos: la grandiosa, la entrañable, la eterna España.


2. Malta, cruce de rutas navales y de civilizaciones


Valletta, Malta – Esta pequeña isla mediterránea, toda ella hecha de cantera color miel, es paso de civilizaciones y de guerras, de gente de todo puerto y toda religión y toda cultura.

Valletta, la capital, es alta y escarpada, con belvederes hacia una bahía que evidencia este lugar como un sitio privilegiado para la navegación, a medio camino entre Gibraltar y Suez; repleto de fuertes, troneras y almenas, murallas altísimas y fosos inexpugnables; con caletas y bahías que hoy reciben buen tonelaje mercante y de cruceros mediterráneos. En uno de ellos, lleno de monumentos como toda la isla, abundan las zonas de homenaje y astabanderas, placas y flores. Hasta hay un ascensor a la calle, donde algo de lo más bienvenido en la calle costera es nuevamente un turibús.

Éste nos lleva a los pequeños pueblos cercanos a Valletta, puentes y ruinas de todas las edades, arcos y blasones, tumbas e iglesias, más fuertes rodeados de fosos en Sant’Elmo y Mdina, ruinas y palacios que testimonian cuánto ha pasado por estas islas durante milenios. Vamos también a la zona rural de la isla principal, donde se derrumban al mar escarpados cantiles cerca de campos cercados con tecorrales y albarradas que delimitan los abundantes campos de nopaleras y magueyales, y uvas que producen un vino decente.

En esta isla se asentaron los hombres paleolíticos más antiguos de que hay memoria. Hace más de 6,000 años, los primeros pobladores de Malta lograron construir observatorios solares que siguen midiendo con precisión solsticios y equinoccios, una especie de Stonehenge de estas latitudes, también con una constante de los más antiguos y significativos monumentos de la humanidad: piedras inmensas y pesadísimas. Aquí alguna pesa 20 toneladas, digamos, lo que 25 coches. Quien piense que esos hombres paleolíticos capaces de hacer cosas así con piedras de ese tamaño eran primitivos e ignorantes, que mejor mire qué tan primitivas e ignorantes son unas autoridades del GDF incapaces de construir una banqueta pareja o un pavimento que sobreviva a una lluvia.

Las ruinas megalíticas de Mjandra y Magar Qim, de hace unos 6,000 años según los arqueólogos, serían entre 1,000 y 2,000 años más antiguas que Stonehenge y con la misma función, indispensable para los antiguos, de anunciar las fases principales del calendario.

Hay restos nada menos que de elefantes enanos, lobos e hipopótamos ¿en una isla? Bueno, es que no todo el tiempo fue isleña Malta. En otro tiempo esto era tierra firme, que se inundó tras el fin de la ultima edad del hielo, hace unos 12,500 años. Observaré las consecuencias de esa última desglaciación al menos hasta Egipto.

Hay también en Malta el templo de culto más antiguo del que se tiene memoria, el Hal Saflieni Hypogeum, que para visitarse requiere dos meses de prerregistro y no vimos. Y también en Tarxien unos templos paleolíticos que evidencian la apetencia humana de todo tiempo por encontrar trascendencia y significado a su existencia. No sería explicable todo, en verdad todo lo que estamos viendo, sin las pulsiones humanas en búsqueda de sentido a la vida.

La mayor fama de la católica Malta no son sus ruinas sino su historia caballeresca, que se remonta a las Cruzadas. Las dos órdenes de caballería más prestigiosas son la del Santo Sepulcro y la de Malta, sólo que ésta fue soberana y lo sigue siendo, al menos en el papel: tiene la Orden un representante observador en la ONU, y México mantiene relaciones diplomáticas con ella a través de nuestra embajada en Roma, donde está la sede. Y eso se le debe, como tantos otros trastornos, al inefable Bonaparte.

Una placa puesta en una casa de la calle principal de Valletta recuerda que Napoleón vivió allí durante seis importantes días de 1798 en que cambió la historia de Malta. Mientras viajaba a Egipto, luego de traicionar el abrigo que de buena manera pidió para su flota, atacó y dio un golpe de estado a la soberanía que detentaban sobre ella los Caballeros de Malta desde 1113. Bajo las ideas de la revolución francesa, ese futuro emperador abolió privilegios y la esclavitud, hizo también una intensa reforma educativa y reformó las instituciones de justicia. Pero la Orden Soberana Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, la más antigua orden de caballería, sigue siendo soberana. Tan soberana como el Banco de México, diría yo…

Soberana o no soberana, no le falta estilo. La esotérica cruz de Malta, la misma que usaban los cruzados, se basa en un octágono (me recuerda a la octagonal planta de la iglesia de los templarios en Segovia). Los tercios de las líneas horizontales y verticales del octágono marcan las puntas de cuatro elementos en forma de V, siempre tirando líneas desde ellos hacia el centro, donde convergen en un punto. Es un bello símbolo que se ve en todas partes, desde los omnipresentes llamadores de las puertas hasta las más barrocas figuraciones de la bellísima catedral de San Juan.

La Catedral de San Juan es una de las iglesias más barrocas, abigarradas, enteras y bellísimas que yo pueda recordar. Todo el piso (y quiero decir, todo) son mosaicos multicolores de figuras e inscripciones de caballeros de Malta enterrados allí, con sus nombres y escudos de armas, calacas y figuras alusivas a la muerte, además de inscripciones en latín con nombres y fechas. Hubo misa de rito muy curioso, concelebrada por el obispo y 5 sacerdotes más, acompañada por un coro 100% de jóvenes malteses cuyos cantos podrían competir con cualquier coro religioso de Inglaterra. Lujo oriental y occidental en este puente entre civilizaciones y paso de milenios, cuya última etapa de ocupación tocó a Inglaterra un año antes de Waterloo (es independiente de la GB desde 1964).

La herencia civilizatoria británica se ve por todas partes. Una de las más evidentes es que los coches circulan por el lado que siempre me ha parecido más lógico de la circulación, vigente desde la época romana (aparentemente fue el nefasto Napoleón el iniciador de la circulación por la derecha). Se prefiere el té y se consigue en todo desayunadero mermelada de naranja, abundan las glorietas —la mejor manera para distribuir las calles que se entrecruzan—, casetas telefónicas y buzones rojos, aparte de enormes basureros de fierro negro que dicen “litter” pero cuidado de confundirlos con buzones para depositar una letter. Esta isla fue también crucial durante le II Guerra, y una posesión británica indispensable para lanzar la invasión a la Italia de Mussolini desde la cercanísima Sicilia. Esa fue, en vuelo menor a una hora, nuestra siguiente parada.


3. Sicilia, tierra de magueyes y nopales


Catania, Sicilia – Bañada por el Mar Jónico, Catania está llena de palacios, parques y monumentos bellísimos, pero como ciudad es fea, desgarbada, sucia, desordenada, con caótico tráfico pero con una adición muy agradecible: puedo manejar un coche con transmisión manual de 5 velocidades, de esos que en México desgraciadamente ya sólo los venden para coches gachos o imposiblemente caros. Me resulta también un deleite manejar donde los conductores son incivilizados pero no me cuesta si estoy acostumbrado a la ciudad de México. La diferencia es que la señalización vial es soberbia y no hay topes.

Catania fue ciudad natal de mi tenor favorito de joven y a quien no me cansé de ver, un hombre con una mina de oro en la garganta que se llamaba Giuseppe di Stefano (murió en 2008 tras un tremendo asalto 4 años antes en su casa de Mombasa, Kenya). También es tierra natal del compositor operático Vincenzo Bellini, quien en 33 años en este mundo hizo óperas como Norma, La sonámbula y Los puritanos. Hay, fuera y dentro de la catedral, monumentos de mármol a su memoria, además de un curioso elefantito marmóreo con un miniobelisco, que no sé por qué simboliza a la ciudad. ¿Qué tendrá que ver un elefante con Sicilia?

En fin. Catania nos sirvió como punto intermedio para ir al norte a Taormina y Messina, y al sur a Siracusa.

Me resultó un verdadero placer revivir la sensación de manejar en Italia, como hice tantas veces durante nuestra largo soggiorno en Roma hace una década y media. Las autostrade son verdaderas supercarreteras cuya dirección está indicada con señales de color verde (los caminos de menores especificaciones se señalan en azul). Nada ver que con nuestra “Autopista” del Sol, paraíso de los baches, los derrumbes, los terraplenes disparejos, los invasores burros y vacas, y destacadamente, las rapaces casetas de cobro.

Nada de eso acá. Las carreteras (incluso las más pequeñas) tienen postes y mojoneras que marcan la distancia cada 100 m. Marcan la distancia exacta de puentes, viaductos y túneles, e indican con señales clarísimas los puntos de destino, de modo que quien se pierda es porque de plano no tiene remedio.

La señalización de los caminos es una muestra rotunda de la civilización europea. Si ellos ya resolvieron el problema de la señalización y lo hicieron con un sistema uniforme que se originó desde antes de la II Guerra ¿por qué no simplemente adoptarlo, con lo internacional que es, en vez de andar inventando manuales de dispositivos viales que pergeñan a su gusto empleados de bajísimo nivel educativo, en el DF y en toda la República? Nunca lo entenderé. Tampoco entenderé su compulsión por no controlar la plaga de los topes en vez de ocuparse en gastar un poco en señales decentes luego de invertir millonadas en caminos y puentes. No, nunca comprenderé ni podré justificar la conducta ocurrente, irresponsable, presumida e ignorante de nuestras autoridades.

Sin hacer los corajes que estoy haciendo al escribir sobre mi país, y luego de presenciar una peculiar abundancia de nopales y de magueyes en las tierras sicilianas, llegamos felizmente a Siracusa.


4. De Arquímedes y un antiquísimo puerto


Siracusa, Sicilia – Algo de lo poquísimo que recuerdo de mis clamorosamente fallidas épocas de aprendiz de álgebra con el libro de Baldor es la nota de que en su ciudad natal, Arquímedes de Siracusa (c.287-c.212 a.C.) logró enfocar unos gigantescos espejos cóncavos para concentrar la luz del sol en los barcos invasores (probablemente cartagineses), y los incendió. Esa leyenda que gravita en los anecdotarios históricos aparece en la Madre Wikipedia como posible, pero en fin, la traigo a colación porque es mi más remoto recuerdo del nombre de Siracusa.

Fue una ciudad griega y romana, lo cual queda claro en antiquísimas ruinas en medio de la moderna urbe. Restos de un anfiteatro romano donde al parecer había espectáculos con lo indispensable —leones y gladiadores, y según alguna versión, hasta cocodrilos— para deleite de un público que esperaba del gobierno lo mismo que hoy: Panem et circenses. Y cerca del anfiteatro romano (una especie de Coliseo chico, mucho más arruinado aún) está lo que queda de un teatro griego. Los helenos, aprovechando valles naturales en las montañas, montaban graderías en semicírculo alrededor de una orchestra o escenario en que ponían obras de teatro. Los romanos, bastante más salvajes, adaptaban esos teatros para dar espectáculos más a su estilo carnicero, pero no aquí porque para eso estaba el cercano anfiteatro. Desgraciadamente el graderío de ese espectacular teatro está cubierto con tablas para los conciertos al aire libre que allí ofrecen; representan Aída, la ópera más aparatosa y proclive a un espectáculo donde quepan caballos, carros y elefantes.

Lo más notable, y verdaderamente único, es un monumento excavado en la piedra: la oreja de Dionisio, una caverna altísima con una hondonada en la roca que verdaderamente parece una oreja muy vertical (23 m de altura x 65 de longitud), con muros parejos, y que por dentro se continúa en forma de S hasta oscurecerse casi por completo. Desde dentro cualquier embaucador puede penetrar, aprovechar el eco, hacerse el sabio, asustar a los incautos con que espantan o adentro hay un misterioso oráculo que es ventrílocuo de los dioses, o hacer cualquier cosa que le brinde poder mágico o aterrorizante sobre el pueblo, que jamás podrá entrar allí. El viajero que penetra hoy siente algo de sobresalto, curiosidad de cómo algo así puede existir, y suelta cuerda a la imaginación.

La antiquísima Siracusa contiene también unas catacumbas, que a diferencia de las romanas, no servían para refugio de los perseguidos cristianos (las hicieron después del Edicto de Constantino, que legalizó el cristianismo en 321) sino como una necrópolis donde abrían capillas para sus muertos. Hasta la II Guerra aún estaban ocupadas las tumbas, pero las exhumaron porque este lugar sirvió de búnker contra los bombardeos.

Mucho más moderna es una iglesia alta para honrar a la Madonna delle Lacrime, imagen milagrosa que en cuatro días de 1953 empezó a soltar lágrimas cuyo análisis químico determinó que eran efectivamente humanas. Hasta trajes de novia se exhiben en la sección de exvotos de esa moderna y bonita iglesia.


5. Un Taxco poblado de supersticiones


Taormina, Sicilia – Al norte de Catania, sobre la misma costa que baña el Mar Tirreno aparece Taormina, pequeño balcón medieval que me recordó el carácter y estilo de Taxco. Ciudad histórica y turística con calles empinadas y estrechas, y tiendas de joyas donde no venden objetos feos de plata con horrendos motivos prehispánicos sino bonitas obras de coral, que aquí aún abunda.

Así como en Taxco está Santa Prisca, una de las más bonitas iglesias de México, Taormina ofrece una catedral bellísima y claro que mucho más antigua, aparte de monumentos que atestiguan también una viejísima historia: un fuerte de sarracenos allá arriba del más alto monte, una bahía donde estaba surto un velero de cinco palos mayor que el Cuauhtémoc, y otro teatro griego, tan modificado por los romanos que de griego sólo el nombre le queda. Y aquí sí, los romanos no se limitaban a las obras de Esquilo, Sófocles y anexas, sino que modificaron rotundamente el recinto teatral para poder hacer lo que cuadraba más con su personalidad: cosas tan poco cultas como peleas de gladiadores contra fieras.

Desgraciadamente, también aquí el teatro está modificado pero no con asientos de tabla sino ¡sillería de plástico! Al parecer, el público de Taormina exige sentarse al menos en plástico porque no le interesa la experiencia que vivieron los griegos de posarse en piedras para ver obras teatrales. Hoy ese teatro grecorromano plastificado sirve para dar conciertos de Laura Pausini.

Además de la catedral y las imágenes de la veneradísima mártir Santa Ágata (o Águeda, en español) en una iglesia aparece curiosísimo un icono muy grande, con hoyos en la plata repujada para los rostros del niño Jesús y su madre, en que ella aparece casi invisible: con algo de trabajo se ve en la madera un rostro de la Madonna que, como dice la inscripción, se trata de una aqueropita, término de origen griego que quiere decir imagen no hecha por manos humanas. Algo así como el velo de Manoppello, en Italia, o Guadalupe.

En la única calle nivelada de Taormina abundan las tiendas de cerámica, repletas de símbolos supersticiosos como las multicolores cabezas de Caltagirone, de un moro y una mujer blanca, ambos con la calota perforada como para poner flores o sembrar cosas adentro. La sórdida tradición indica que un moro vio en su balcón a una bellísima muchacha y le declaró su amor, al que ella correspondió, pero tan siciliana doncella supuso que él la dejaría para regresar a su tierra de origen, y de puro coraje por tal sospecha simplemente le cortó la cabeza, que luego exhibió en su balcón, debidamente perforada para poder sembrar albahaca dentro de ella. ¡Y esas cabezas huecas de hombre y mujer las venden en toda tienda de artesanías! Como preguntaba Kay, la esposa de Michael Corleone, ¿por qué una tierra tan bella es tan violenta?

Abunda también en las tiendas el símbolo de Sicilia, de desagradable evocación. Son tres piernas formando un triángulo (esta isla es triangular), con una cabeza de Medusa entre ellas y un par de alas que simbolizan libertad. El que a una isla la simbolicen partes humanas y la diabólica mujer con pelo de serpientes cuya cabeza cortó Perseo, se me hace un tanto desapacible, por decir lo menos. Y qué decir de la cantidad de símbolos de buena fortuna o contra el mal de ojo como los pimientos rojos, o las leyendas en azulejos hablando de cornudos…

Al norte de Taormina está Messina, ciudad ligada a la historia por su estrechísimo canal de 3,100 m con la península y la ciudad de Reggio di Calabria, cuyas luces se ven aquí cerca del puerto. Es tan cercana que quieren hacer un puente, que sería el colgante más largo del mundo. Y también de allí salieron las tropas en la II Guerra para invadir Italia desde Sicilia, teatro de los pleitos y retos mutuos de los geniales generales Patton y Montgomery.


6. Rumbo a la tierra de la Mafia


Palermo, Sicilia – En un camino largo y muy bonito desde Catania se veía más o menos cerca el Etna, único volcán activo del Mediterráneo (el Vesubio y el Lipari no echan fumarolas como las de este volcán, más o menos al estilo Popocatépetl). Se ve en el camino, abundoso en magueyes y nopales, la campiña siciliana cortada por supercarreteras excelentes, con la característica de que no siempre van sobre la tierra sino que en tramos de muchos kilómetros corren sobre puentes que permiten un recorrido más nivelado, además de que respetan la tierra de abajo. Todo eso hace que construir estas carreteras excelentes resulte muchísimo más caro, pero de todas maneras, no cobran peaje.

Muchas prevenciones y advertencias recibimos sobre la delincuencia en esta ciudad. Pero para quien llega de México, tales aprensiones como que salen sobrando.

Yo sabía que había gobernado esta ciudad Leoluca Orlando. Acudí invitado por México Unido contra la Delincuencia a una conferencia de dicho funcionario, que logró dar un golpe muy fuerte a la Mafia a base de hacer valer lo único que en verdad ha liberado a la humanidad: la ley. Leoluca Orlando decidió aplicar en serio la ley para cambiar el estado de ánimo de la gente hacia una Cultura della Legalità. Por algo lo reeligieron como alcalde, por cuarta vez.

Hay algo de desagradable en cierta gente de la ciudad; se ve que ciertas pandillas de delincuentes siguen activas. Tuve que increpar a un sedicente cuidador de coches que miraba demasiado hacia adentro para ver qué traíamos, por ejemplo. Pero nada más.

Eso ocurrió afuera de una iglesia románica y bizantina, la Martorana o Santa Maria dell'Ammiraglio, medio alterada por príncipes y obispos de la época barroca, que echó a perder una parte de los preciosísimos mosaicos bizantinos dorados de paredes y techos, y pisos de pórfido rojo y verde calados sobre mármol blanco, como los que abundan en los pisos eclesiásticos de hace un milenio. Los barrocos destruyeron una parte de esos pisos antiguos, aunque manteniendo los elementos de pórfido con sus nuevos diseños y el recuerdo del megalómano que hizo tales barroquerías, término que rima con porquerías. (En México tuvimos una increíble y gravísima dosis de obras de arte destruidas a partir de la guerra de reforma, que sustituyeron con neoclasiquerías, mucho peores que las barroquerías. En el siglo XX las sustituyeron con estacionamientos o con francas porquerías.)

Palermo es otra ciudad grande, menos fea que Catania y con bonitos monumentos, especialmente su teatro y una catedral románico-gótica curiosísima. Fue curioso presenciar una manifestación de muchachos que coreaban consignas con el mismo sonsonete con que nuestros originalísimos marchistas capitalinos cuando gritan algo tan novedoso como “El pueblo / unido / jamás será vencido”. Tatata / tatata / tatata tata tata. Uf.


7. Un tesoro bizantino casi intacto. Y uno griego


Monreale, Sicilia – Accesible desde Palermo está una iglesia de la época bizantina, como no la hay en Bizancio (Estambul) y creo que en ninguna otra parte, salvo quizá San Marcos de Venecia, San Vitale de Ravenna y alguna otra. Inconcebible por su tamaño, riqueza, altura, calidad artística, excelente estado de conservación, y entera (salvo por alguna barroquería en la parte de afuera y en una parte del piso).

El rostro de Cristo en la bóveda delantera de la catedral de Monreale es común en los libros de historia del arte, pero verlo de bulto concita una especial emoción. Esa iglesia está literalmente cuajada de oro, toda en mosaicos, con figuras de una factura increíblemente bien hecha y conservada; imágenes didácticas multicolores de escenas bíblicas, santos y madonnas, letreros en alfabeto griego, columnas de orden corintio en arquerías góticas, pisos de mosaico de pórfido rojo y verde pero aquí casi enteros e intactos. Catafalcos de pórfido macizo o de mármol blanco. ¿Qué más decir? Vale la pena hacer el viaje a Palermo nada más por visitar este catedral en el cercano pueblo de Monreale.

Desde Monreale se va rumbo al sureste para visitar en Segesta uno de los templos griegos mejor conservados, un monísimo Partenón de 6 x 14 columnas de orden dórico, que desgraciadamente no pudieron terminar, por alguna invasión por allí del siglo IV a.C. La armonía de este conjunto es deliciosa bajo cualquier concepto, y se siente cómo los griegos tenían presente el número de oro (1.618) para manejar las proporciones en sus grandes obras.

¿Qué hacer luego de quedar helenizados por esa arquitectura sencilla y elegante en una tarde, un pomeriggio con un clima perfecto, apenas a hora y media de Palermo? Una posibilidad era visitar un pueblo que habíamos descartado, con nombre que recuerda un corazón de león. O de mafioso: Corleone.

Pensábamos que carecía de interés ir al pueblo natal del Padrino y asiento de una mafia de la que se hablaba independientemente en la película El caso Mattei. Y es que la película no se filmó allí sino en Savoca y en Forza d'Agro, cercanos a Taormina, mucho más montañosos y atrasados que Corleone. Sin embargo, valió la pena pero no por tomarnos una foto en el rótulo de entrada al pueblo o por decir que estuvimos allí, sino por el camino.

Decían los antiguos chinos (o serían tailandeses o japoneses, lo mismo da) que en el viaje de la vida lo que importa no es adónde se llegue sino cómo y por dónde: lo que importa es el camino. Y si nos seguimos con correlatos poéticos, habrá que seguir esa cuerda un poco existencialista pero muy cierta de Antonio Machado: caminante, no hay camino, se hace el camino al andar.

Esa tarde había una preciosa luz y el camino era angosto y pequeño, pero de magnífica calidad. No cabe duda de que estamos en Europa, carambas. Pero bueno, el camino resultó uno de los más bonitos de nuestra larga vida recorriendo carreteras grandes y chicas. Vaya campos sicilianos, a veces fértiles y repletos de flores rojas que formaban tapetes multicolores a la distancia, o montañas escarpadas y valles profundos en que se adivina la profundidad de la cosmovisión que dio origen a algo como la mafia. Uno de los destinos montañosos, adonde no entramos, me recordó al Padrino III: Montelepre, de donde era el asesino de Don Tommasino y de la hija de Michael.

Cercano a un lago grande que se veía leve tenue por una calima que manifestaba la humedad benigna del ambiente, se veía a lo lejos una ciudad de regular tamaño, como cualquier otra que pudiéramos visitar en Sicilia o Italia o el norte de España. Los abundantes letreros viales nos llevaban sin tacha de duda a Corleone.

Nada de un pueblo abrupto arriba de un monte seco. Había progresado tanto cuando rodaron la película que no podían filmar allí algo creíble. En Corleone los niños andaban tranquilamente en su bicicleta, la gente tomaba su café corto en las mesas de los bares sobre las banquetas, iglesias bonitas, tráfico normal, señoras caminando por las calles. Cero sordidez, cero intranquilidad visible, cero temor. Un pueblo común y corriente de un país próspero, inapto para una película como El Padrino. En este viaje vimos paisajes y monumentos, no pueblos profundos y sórdidos como para prohijar esa curiosa cultura del honor y el asesinato.

Tras el pomeriggio se acercaba la hora del tramonto, de modo que nos dirigimos de regreso a Palermo, a poco más de una hora de distancia. A prepararnos porque al día siguiente nos tocaba cambio de país, de zona horaria y de continente.


8. Sobre las huellas de Aníbal


Cartago, Túnez – Estamos en la tierra que albergó a la archienemiga de Roma, la poderosísima Cartago, ésa que tanto odiaba toda Roma y cuyo sentimiento avivaba el cónsul Catón (Marco Porcio Catón, el viejo, a no confundir con nuestro gran señorón que ilustra y divierte cotidianamente a más de cuatro).

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Pero creo que Cartago debe ser destruida) tronaba ese senador al terminar sus peroratas, aunque hubiera hablado del cultivo de aceitunas. Para la naciente república romana, la que había acabado con los etruscos al norte y los samnios al sur, no era soportable una competencia por el dominio del Mare nostrum. Los cartagineses, o púnicos, descendientes de los fenicios, eran más comerciantes que guerreros, pero toda potencia comercial necesita una marina de protección. En cuestiones militares los romanos se las sabían todas y se empeñaron en acabar con la competencia en el dominio del Mediterráneo, al estilo John Rockefeller, quien dijo competition is sin. Seguro que al estricto Catón también le parecía pecaminosa Cartago.

Cartago no era ninguna perita en dulce. Era un hueso duro de roer, con militares tan excelentes como el prodigioso Aníbal. Hicieron falta tres sangrientísimas guerras durante 118 años, las púnicas, para lograr su propósito en 146 a.C., ya muerto Catón.

Una notable característica del excelente puerto cartaginés es que para dar más eficiencia al comercio naval, hicieron una bahía artificial de forma rectangular, y más adentro, una pequeña isla al centro de una bahía redonda: una especie de estacionamiento para galeras. Las figuraciones de esa instalación se pueden encontrar picando en Google “carthage port depiction”. Pero lo más curioso es que esa isla, y la bahía artificial, más o menos subsisten. La imagen en Google Earth es elocuente (36º50’41 N 10º19’32 E). Ya no se estacionan allí galeras sino lanchas deportivas.

Por mucho que presumieran de que no habían dejado piedra sobre piedra (qué frase tan poco usual acabo de usar) y que salaron la tierra cartaginesa para que ya no pudiera crecer nada en ella, eran versiones para la opinión pública. Habrán hecho algún ritual simbólico con la sal pero claro que los romanos aprovecharon las tierras conquistadas, pues bien sabemos que las guerras son para robar gloriosamente lo ajeno, y hacer legal y patriótica la muerte ajena a nombre de la Patria. Tan los romanos utilizaron perfectamente ese notable puerto, que hasta hoy, aunque en parte, subsiste.

No tardaron aquellos civilizadísimos salvajes en hacer en Cartago su anfiteatro, que subsiste en estado ruinoso y donde el cuidador vende monedas auténticas de aquellos tiempos, que encuentra en los cercanos campos de labranza. En ese anfiteatro perdían la vida los prisioneros condenados a muerte, tras de nutrir debidamente a tigres y leones y dejar satisfacer los ánimos sangrientos del populum.

Subsisten también algunas lápidas en un cementerio púnico, donde sólo con imaginación podemos ponernos en el lugar de que ellos que nos quedan lejos: algún día esos cartagineses fueron llorados por sus parientes queridos; esos seres vivieron en este mundo, en otro tiempo y lugar, y no habrán sido muy diferentes de nosotros.

Sí fue una rotunda destrucción, como la había buscado el cónsul Catón, pero de la civilización cartaginesa. En esos tiempos, lo observó uno de mis hijos, acabar con una ciudad hacía morir completa a una civilización. En un museo de Cartago vimos una tablilla de un alfabeto raro, con lenguaje que no sé qué tan conocido sea.

Entre las ruinas de la destruidísima Cartago romana vuelvo a ver lo constante en las ruinas antiguas, los inmensos megalitos pero acá en forma de columnas de orden corintio, quién sabe de cuántas toneladas. Se ven también lujos propios de un imperio global como el romano, capaz de transportar materiales de canteras lejanas para hacer columnas de alabastro y otros materiales exóticos, aún apreciables por más que estén arruinados. Eso mismo habíamos observado hace años cerca de Roma, en la Villa Adriana, donde Marquerite Yourcenar pasaba largo tiempo sintiendo al emperador para escribir sus monumentales Memorias de Adriano.

Volviendo al presente, de nuevo vi nopales y magueyes. Hasta probé una tuna roja… y ya de vuelta en el mundo real, la capital de Túnez es bastante sosa y desordenada. Por más que la gente sea atenta y hable un fluido francés, herencia colonial, se ve que ya no estamos en Europa.


9. Una aglomeración sucia y llena de topes


Cairo, Egipto - Llegar a Egipto, donde el idioma básico es el egipcio (por lo visto, una derivación suavizada del árabe) nos obliga a expresarnos en una lengua que no es la nativa. Al menos en Túnez podíamos hablar en francés pero ahora somos como los antipáticos turistas gringos que llegan a México imperialmente hablando en inglés sin preocuparse por aprender siquiera una frase en español. Acá es peor de difícil porque el alfabeto es árabe. Basta sin embargo en el saludo o la despedida decir Salaam alaikum (la paz sea contigo) pero obligadamente hay que hablar en inglés.

Afortunadamente los egipcios suelen ser gente cálida, amable, sencilla, sonriente. En conversaciones con guías, comerciantes y con quien podemos hablar, valoran ellos en mucho su calidad tolerante y antifanática. Egipto es musulmán en una mayoría absoluta pero produce una buena cerveza y casi en todos los restaurantes sirven alcohol, además de que no se ve ánimo alguno de imponer creencias islámicas o modos de vestir.

Es irremediable empezar a observar en los varones un callo redondo que se les forma en la frente luego de años de rezar descalzos haciendo genuflexiones pegando la cabeza a su alfombrita en dirección de La Meca. No es raro encontrar gente rezando así, y por cortesía no hay que pararse enfrente de ellos porque no me rezan a mí sino a Alá. En el aeropuerto vi a un policía descalzo, con su pistola al cinto, rezando en la dirección correcta ante una pared. Ni quien volteara a verlo.

Tiene algo de inevitable mirarlas pero por elemental respeto hay que disimular cuando se ve a ciertas mujeres musulmanas en este país, especialmente las casadas que deciden cubrirse todo menos los ojos (a veces hasta eso ocultan tras anteojos oscuros) y llegan a usar guantes para complementar su vestido entero color negro, aunque son pocas.

En general en este país las mujeres de fe islámica se visten como quieren o como exigen sus maridos (nuestra guía musulmana ni el pelo llevaba cubierto) si bien la mayor parte se cubre la cabeza con un hijab, como una mascada, y muestra la cara. La norma islámica es la modestia pero ¿quién define qué es eso de modestia? El Corán dice que las casadas sólo pueden mostrar su “belleza” a esposos, padres, hijos, suegros, sobrinos y cuñadas. Y a esclavos y sirvientes sin necesidad sexual (entiendo que eunucos) o a niños pequeños que no tengan vergüenza sexual. Punto. Como que demuestra malicia hacia las mujeres quien pergeñó esas instrucciones coránicas porque no creía que las mujeres sintieran atracción hacia los varones, su rostro y su piel. La forma diferentísima, hasta pecaminosa de ser “puro” al tratar a las mujeres es algo de lo que me parece más antipático e irrespetuoso del Islam.

Llegamos por Egyptair, una de las mejores aerolíneas que conozco, por una sola cosa: en vuelos locales las instrucciones de seguridad duran menos de un minuto, no están todo el tiempo abusando del micrófono (como en las gringas y mexicanas) ni me tienen que instruir una y otra vez en la misteriosa ciencia de cómo abrocharme el cinturón de seguridad ni necean con que apague aparatos electrónicos (absurdo inútil que tendrá que desaparecer: si en verdad eso fuera peligroso, me los quitarían antes de abordar) o me ponga el cinturón cuando el avión ya aterrizó y va despacio rumbo a la puerta de llegada. Se agradece el silencio, que prefiero interpretar como respeto al pasajero. ¿Qué me podrá importar entonces si en sus Embraer 170 no sirven alcohol?

Llegamos en una fecha que concitó temor en nuestros amigos, los tres días de las primeras elecciones presidenciales tras dos golpes de estado en este país en que comenzó al Primavera Árabe en 2011, cuando se desató la violencia y los viajeros sorprendidos entre las hostilidades tuvieron severos problemas. Nada de eso hubo, y si fue curioso ver en las calles a muchísima gente ondeando banderas con entusiasmo. Sí hay una fuerte presencia militar en todas partes, especialmente afuera del aeropuerto y en el mínimamente saqueado Museo del Cairo; enfrente hay un edificio incendiado y para entrar al museo hay que caminar entre una nutrida columna de tanques, vallas de púas y soldados malencarados.

Hubo elecciones los 3 días que estuvimos en Cairo. Finalmente ganó el señor Sisi por una amplia mayoría y no tuvimos problema alguno. Al revés: casi en todas partes éramos los únicos visitantes. El turismo está en crisis. Ignoro si Sisi haya hecho promesas para recuperar la calidad turística de este gigantesco atractivo que es Egipto, donde llueve una vez cada año o cada dos (y curiosamente en el clóset del hotel pusieron a nuestra disposición, junto con los ganchos para la ropa, ¡un paraguas!)

Nunca se ven nubes, por lo tanto, y el calor llega a límites absurdos, pero son problemas tan ordinarios como el caos de una ciudad casi sin semáforos (con semáforos el tránsito estaría cuajado), abundante en topes y basura, llena de casas no terminadas donde la gente lleva años viviendo (si las acabaran les cobrarían impuesto predial, así de inteligentes son las autoridades fiscales), y donde el escombro y el cascajo están enfrente de las casas por años y ni quien los recoja. Los servicios urbanos están por la calle del abandono. El desarrollo de un país (y lo que viene junto, la existencia de un estado de derecho) se mide en la calidad de sus banquetas y calles, pero también en la necesidad de poner topes, y en si recogen o no la basura. Todo eso se llama administración y mantenimiento. A veces esto es peor que México.

Se ve a las claras que el gobierno es pesadísimo sobre la población y concentra muchas funciones, por la cantidad de ministerios y oficinas oficiales que se ven en la calle. El gobierno es el actor principal, lo cual trae consigo pobreza, subdesarrollo y corrupción. Lo importado es caro y los constantes apagones recuerdan la nefanda época de Luz y Fuerza del Centro.

Antes de platicar del Egipto faraónico, lo haré sobre otros atractivos interesantes del Cairo.

Bien sabemos que Jesús niño, amenazado de muerte por el sátrapa Herodes, fue llevado por María y José en fuga a estas tierras. Las tradiciones abundan, y una de ellas es que la Sagrada Familia pasó en su huída por un lugar donde había unos templos romanos que a su vez fueron construidos sobre antecedentes griegos. Allí encima hay una iglesia de rito copto, el cristiano más antiguo, que subsiste en Egipto.

La iglesia copta, hecha en uno de los sitios por donde se cree que pasó Jesús, es curiosísima. La llaman colgante porque fue hecha sobre las columnas griegas y romanas de esos tiempos. Hecha en forme de arca de Noé, pretendidamente fue fundada por el apóstol y evangelista Marcos, nada menos. Tiene forma de arca de madera, con ocho columnas por lado, en recuerdo de los acompañantes de Noé en el arca. Está repleta de iconos, mosaicos, vitrales, lámparas estilo griego, pisos de mosaico; las ocho columnas por lado de la nave principal son diferentes entre sí y con ajustes de su altura, pues desde la decadencia de Roma se utilizaban sus restos como material de construcción en aquella precaria y lamentable manera de practicar el reciclaje.

Aparte de ese templo cristiano copto, vale la pena una gran mezquita hecha por el virrey Muhammad Alí (1769-1849). Las mezquitas suelen ser interesantes: el piso tendido con tapetes, cúpulas de diferentes alturas, vitrales, inscripciones y desde luego sus minaretes, desde donde a ciertas horas llamaban a los fieles a rezar. Y digo llamaban porque hoy lo que usan para convocar a los rezos son altavoces de unos 10 o 15 veces más decibeles que desde el mejor de los minaretes. Allah akbar es lo único que entiendo de esos constantes clamores.

Dentro de la mezquita hay un enorme lampadario francés con focos que en otro tiempo tuvo velas, regalo de Louis-Philippe I a Muhammad Alí. El rey francés también regaló un reloj público que no funciona, ambos como para corresponder el obsequio egipcio de uno de los grandes obeliscos de Ramsés II en Luxor, justo donde antes hubo una guillotina, en la Plaza de la Concordia.

La mezquita está junto a un fuerte nada menos que de Saladino, ese personaje enorme que se enfrentó a los cruzados y que aparece en un montón de películas sobre esa época. El fuerte es grandísimo, ubicado como es de esperarse en una loma desde la que se ve allá abajo el enorme y contaminado Cairo.

Comenzaré después la narración más difícil, más estudiada y de más necesaria documentación. Viene el filete del viaje, el meollo, lo más soñado desde mi lejana infancia. En tiempos recientísimos ha crecido hasta la obsesión mi interés por la Gran Pirámide y sus dos pirámides acompañantes —reflejo terrenal de Osiris, viva imagen en la Tierra y el Nilo del cinturón de Orión y la Vía Láctea— y de la Esfinge, ese testigo de una época quizá contemporánea al fin de la última edad del hielo. A ver si logro aprovechar la visita, y narrarla bien.

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Barcelona, la de la Sagrada Familia

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