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’Catón’

Ay qué linda se ve la Susana…

Armando Fuentes Aguirre

Ay qué linda se ve la Susana…
Enero 11, 2019 19:09 hrs.
Periodismo ›
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Se cumplieron el pasado 28 de diciembre 15 años de la muerte de Susan Sontag. Nacida en 1933, esa notable mujer norteamericana se dio a conocer muy joven con una novela de perfecta factura llamada ’El benefactor’. Comenzaba la década de los sesenta, en la cual tantas cosas sucedieron. Fue ésa una hora ’con su vientre de coco’, para usar una centelleante metáfora de López Velarde, es decir una ápoca preñada de acontecimientos. Entre ellos el principal fue la malhadada guerra de Vietnam, con la lúcida oposición que el conflicto provocó en lo mejor de la juventud de Norteamérica. En aquel entonces los enemigos de la guerra -entre ellos la Sontag- fueron tildados de traidores. Ahora se sabe que tenían razón.
En México la casta intelectual en el poder recogió la más superficial de las propuestas de la Sontag, aquélla del ’camp’, término por ella difundido para designar lo que con otro nombre se conoce como ’kitsch’, algo parecido a lo cursi. Lo camp era algo tan pasado de moda y tan ajeno al gusto moderno que acababa por suscitar la burla. La palabra se puso de moda entre la intelectualidad nativa mexicana a raíz del ensayo que Sontag publicó en 1964, ’Notes on Camp’. La expresión no se les caía de la boca -ni de la pluma- a Monsiváis, Piazza y demás miembros de la llamada ’Mafia’, agrupación que en aquel tiempo detentó el monopolio de la cultura nacional. Ese monopolio, dicho sea entre paréntesis, era algo bastante camp, algo muy propio del subdesarrollo.
Lo contrario de lo camp era lo ’in’. Estar ’in’ significaba estar a tono con las últimas corrientes del pensamiento, sobre todo norteamericano. Susan Sontag figuraba entre las principales representantes de ese moderno modo de pensar, que incluía la crítica a todo lo pasado -lo mismo se da en cada generación- y la actitud desafiante ante el ’establishment, ante lo instituído. De esa actitud el fruto mejor fue la reprobación de la guerra enVietnam que dije antes, y la denuncia del vacuo patrioterismo de la sociedad norteamericana. Con sus ensayos la Sontag alcanzó por entonces, en opinión de algunos exagerados, el mismo nivel de Emerson o Thoreau.
Se ha hablado mucho de la inteligencia de Susan Sontag. Se le considera, con Simone de Beauvoir, la mujer más inteligente de la pasada centuria. Lejos de mí la temeraria idea de disentir de un clisé consagrado nada menos que por Sartre y que aquí repitió Carlos Fuentes. Creo, sin embargo, que debe estudiarse más la actitud emocional de Susan Sontag, y dar mayor atención a su sentimiento por encima de su pensamiento. En mi primera lectura de uno de sus libros capitales, ’Against interpretation’ (1966) subrayé una frase que considero clave: ’Interpretation is the revenge of the intellect upon art’. La interpretación es la venganza del intelecto sobre el arte. Es decir la venganza de la razón sobre la emoción.
Me pregunto si en el fondo de la rebeldía de Sontag no yacía la clásica actitud romántica, de sentimiento contra pensamiento. Me pregunto si más que una mujer inteligente no fue Susan Sontag una mujer sensible. Nadie pretenda ver en esta modesta tesis un tufo de antifeminismo: creo que, contrariamente a lo que se piensa, la mujer es más razonable que el hombre. Lo que quiero significar es la tremenda fuerza que puede alcanzar un sentimiento cuando se expresa con apego a la razón. Los dos términos -inteligencia y emoción- no están reñidos. A mi entender, lo que hizo Sontag fue traducir un rico mundo interior, de sentimientos, a un lenguaje exterior de poderosa lógica. En esa conciliación fincó su vida. Eso la ha salvado de la muerte.

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